No es novedad que la CTA hace muchos años dejò de ser la CTA. No es novedad, tampoco, que sus principales dirigentes adhirieron de manera casi incondicional a las posiciones polìticas del Kirchnerismo. Y es menos novedoso al fin, obra y gracia de las polìticas destructivas del gobierno de Mauricio Macri, que terminaran confluyendo con la CGT en el camino del reclamo y algunas reivindicaciones.
Lo que no se advertía era que terminaran siendo lo mismo. Que se unificaran- tal como se anunciò ayer- y que se convirtieran en un exclusivo brazo de trabajadores al servicio del candidato del Frente de Todos, incluyendo en esa representaciòn a todos los trabajadores. Incluso a los que no votaron, ni votarán a la Fórmula F-F.
Y no se trata de discutir sobres candidatos. Sino de advertir que desde siempre, la dirigencia gremial de la CGT confundió todo. O no. Para mejor decir: siempre entendió que la representación de los trabajadores, la defensa de sus derechos y el ejercicio de las medidas que se toman, deben estar vinculadas incondicionalmente a la cuestión partidaria. Se conciben como parte de un partido, no como una organización independiente y plural desde lo ideológico, ni con representaciones de las minorías que no comparten esa idea.
Para eso había nacido la CTA. Para proponer un gremialismo distinto. Para promover una Central que no respondiera con ceguera a los dictados partidarios. Y a los humores de los lideres de turno.
La CTA fue la resistencia a la burocracia sindical. A los gordos que pactaron con los militares. A los dirigentes que se enriquecen a costa de los trabajadores. Era el otro espejo. El otro camino que se erguía , como ejemplo de construcciones más horizontales, más democráticas y si, suene como suene, menos PJ.
Nadie pone en duda las mayorias peronistas entre los trabajadores. Pero antes de esta unidad, al menos desde la CTA, había quienes respetaban a las minorías. Quienes proponian un modelo sindical transparente y alejado de los prototípicos patrones de estancia que tan bien conocemos : Dueños de mansiones lujosas, studs, aviones privados, multimillonarios sin explicación, pactantes de las peores infamias que sufrieron los trabajadores argentinos en los últimos 50 años. Vinculados con barras bravas, con crímenes que nunca se aclaran, con organizaciones delictivas. Socios de Empresas monopólicas que pisotean a los trabajadores.
En fin. Todos sabemos de quienes hablamos cuando hablamos de los viejos dirigentes sindicales, y todo lo que representan. Hasta ayer, la CTA lo tenía en cuenta.
Desde ayer, los trabajadores argentinos sólo tienen un camino: ser representados por dirigentes que se unifican en el discurso de un candidato presidencial. Del discurso de un hijo de ex presidentes. De un grupo de dirigentes políticos que no han sido, precisamente, el ejemplo de la pluralidad al momento de ejercer el poder.
Ya sé. Dirán que se trata de un asunto «táctico» para sacar del poder a Macri. Y si, lo repiten muchos, como acepando que se trata de sapor que hay que tragar para evitar males mayores. Y no es cierto. No es necesario hacerlo.
Se puede coincidir en algunos puntos. Se pueden unir en algunas reivindicaciones concretas. Y lógico, se pueden encontrar, todos los trabajadores, en la representación ocasional de las ideas de un candidato.
Pero la unidad es otra cosa. La unidad es aceptarse en el otro. Aceptar al otro sin preguntar antecedentes, es sentenciar indultos y reconocerse en ese espejo que tanto espanto les causaba.
La táctica tiene límites. Es apenas una parte de una estrategia. Cuando lo casual se vuelve definitivo, hay un riesgo grande: convertirse en lo mismo. Y que desaparezcan voces. Que el sonido sea omnímodo y que las minorías, las disidencias y los propios derechos, se vuelvan asuntos de unos poquitos. Mezclados en una mesa. Sin distinguir quien es quien, entre trabajadores y patrones.
La unidad no es una mala noticia. El problema es con quièn.