Es insoportable que una vez más, cuatro años después, ocho años después, una buena parte de los argentinos estemos entrampados en la necesidad de elegir entre dos opciones que no nos representan. Es así: más por errores propios que por imposiciones ajenas, la socialdemocracia argentina quedó licuada entre dos opciones que representan otra cosa: el neoliberalismo y el populismo. Y otra vez, la mirada sobre ese votante es de reproche: «o es uno, o es otro, sino sos un tibio»
Lo primero que hay que decir, para no equivocar el análisis, es que los sectores «progresistas no Kirchneristas» no fueron capaces de organizarse, ni de eludir las ambiciones personales, ni de poner por encima de esas ambiciones un proyecto de país. Que es lo que nos falta. Aunque demande años concretarlo, aunque se trate de un asunto a mediano y largo plazo. Pero es lo que falta en la escena, y los dirigentes que lo representan, no fueron capaces de ofrecerlo. Ahí caben muchas responsabilidades, muchas y a muchos. Pero no está de más decir que las principales recaen sobre la mayoría de los radicales que optaron por ser parte de una coalición conservadora, de un gobierno atroz, y dejaron todos sus compromisos históricos, guardados en un cajón.
También los egos jugaron papeles horribles. El del propio Lavagna, esperando la unción de las mayorias fue un error grave. Perdió la chance de armar una gran interna abierta transversal, sólo por no exponerse a una derrota en las PASO. Y allí, Cristina, fue mucho más rápida: a un costado, porque no era digerible por gran parte del peronismo, y Alberto al frente. En pocas horas todos los que dudaban, se cruzaron a la vereda del sol, y se acabaron las posibilidades de una tercera via.
Y entonces, otra vez, una vez más, el escenario argentino quedó dividido entre dos fuerzas hegemónicas: el Macrismo AntiK y el Kirchnerismo AntiMacrista. Las dos se definen así: Unos dicen que no se puede volver al pasado, sin importar las consecuencias sociales; y los otros, dicen que hay que echarlo a Macri para después ver que hacemos. Y así estamos. Casi obligados a elegir entre el botón rojo o el verde. Entre el si o el no, entre blanco o negro. Y nada más. Lo demás es «desperdiciar» el voto, lo demás es hacerle el juego a Macri o hacerle el juego a Cristina, dependiendo de quien sea el interlocutor. Y a ese interlocutor ocasional, parece no importarle demasiado el futuro político del país, porque lo único que tiene en mente es echar a uno o impedir que vuelva el otro.
Voto desperdiciado o voto consciente
Votar a una tercera opción, ya lo dijimos, es exponerse todo tipo de acusaciones. La idea de que «si, pero no alcanza y es funcional a»… funciona como elemento de censura previo. Como factor condicionante de la conciencia, imponiendo una especie de castigo religioso. Es el cielo o el infierno, te dicen indistintamente. O para sintetizar, como me dijo un amigo en un grupo de WhatSapp: «acá no hay lugar para neutrales».
Y no es así. No es justo que sea así. Lo normal sería que quienes nos encontramos en esa franja de voluntades que vemos en la redistribución y en las igualdades como punto de partida de cualquier proceso, deberiamos votar a ciegas a Alberto Fernandez. Pero los efectos colaterales, con memoria muy fresca, son peligrosos.
Quienes por una razón u otra, fuimos víctimas de las acciones autoritarias de la práxis Kirchnerista, tenemos motivos para sospechar que muchos de ellos no tienen vocación democrática, ni respeto genuino por las minorias. Que siguen leyendo a Laclau y que están convencidos de la teoria del conflicto y el enemigo constante, y que el acceso al poder, los autoriza a cambiar las reglas para intentar un cambio que no solo impacte en la economía sino en lo institucional. De bocas que lo integran salen ideas tales como la eliminación del poder judicial, la necesidad de limitar el derecho a la expresión, la reivindicación de la lucha armada, la adhesión a dictaduras como las de Maduro o la justificación de cualquier exacción de las cuentas públicas, porque hay un bien superior que lo justifica, que es el supuesto bienestar general.
Un asunto discutible, sencillamente porque dejaron el gobierno hace cuatro años, y los resultados no fueron precisamente esos. Aunque contrastados con lo que deja la gestión de Macri, parecen logrados.
Del otro lado, «los republicanos». Los que dicen que defienden a la democracia, promueven la paz social, y que llegaron al poder en el nombre de la unidad nacional. Bueno, no. no hicieron eso, ni mucho menos.
El gobierno de Macri fue, ya ni sus propios miembros lo disimulan, un desastre económico, un salvaje plan de ajuste sobre los sectores medios, que además, con algunas pocas excepciones, no tuvo un impacto de transformación de las instituciones democráticas, ni un proceso de moralización de la gestión pública, y mucho menos de pacificación social.
El Macrismo fue lo que muchos suponíamos que iba a ser, y que por eso no lo votamos en 2015: un gobierno de ricos que gobernó con un nivel de improvisación política inexplicable, que careció de la mínima sensibilidad social, y que empeoró todos los indicadores de calidad de vida argentina: duplicó la pobreza, endeudó al país a los niveles que nos endeudó la dictadura con Martinez de Hoz, y no produjo un sólo cambio en la matriz económica. Ayer era la soja, y hoy es Vaca Muerta. Siguen creyendo que la solución vendrá de la tierra y no del desarrollo de la industria y el crecimiento en ciencia y tecnología, que es de donde abrevaron todas las economías que efectivamente crecieron en los últimos 30 años.
¿ Por qué entonces tenemos que elegir entre unos- que no sabemos que va a ser ni hacer- y otros, que sabemos lo que hacen y las consecuencias que deja? ¿ Por que tengo que votar por dirigentes que se enriquecieron durante su paso por la gestión, por quienes han utilizado al Estado para disciplinar a los opositores o proponen salidas con tufo autoritario u otros que nos conducen sin sapiencia ni voluntad política, a un país con mayor concentración de la riqueza, con mayor pobreza y marginalidad?
Y entonces, como hace cuatro años, volvemos al voto culposo. Al voto insatisfactorio, A la condena moral para aquellos que elegimos otras opciones.
En mi caso, y con todas las diferencias que me provocaron sus errores en la conformación de la fórmula, sus errores y sus demoras en la conformación de la coalición, y con la certeza de que no será más que una segunda minoría sin chances de gobernar, voy a votar a Roberto Lavagna.
No con entusiasmo, pero si con una ilusión – que como tantas otras veces corre el riesgo de diluirse el propio 28 de octubre- de continuidad. Este país necesita una tercera fuerza. Una expresión socialdemócrata. Un presidente con respaldo de conocimientos y estatura moral. Una fuerza que por pequeña que sea, vaya creciendo con los años y nos permita, a mi generación o a las próximas, una ilusión de gestión equilibrada, con capacidad de negociación con todos los sectores, con convicciones democráticas profundas y con sensibilidad social.
Eso, es verdad, hoy no existe con la fuerza de una alternativa real. Pero hay que forjarla. Hay que alimentarla. Hoy con Lavagna, mañana con otros cuadros intermedios que tengan el mismo objetivo: un plan de país. No una formulación de deseos incumplibles, y con prácticas que no garantizan la disidencia.
Me parece interesante el punto de vista. Lástima que al tener que elegir a otro que no sea la mayoría, solo ayudaremos a los ya conocidos corruptos, y le dejamos servida una mayoría en el Congreso, con todo el peligro que ello conlleva. ¡Qué lástima que los Argentinos seamos tan autodestructivos y solo pensemos que al día siguiente de la elección ya tendremos cosas regaladas (luz, gas, fútbol, etc.) y que se van a aumentar los planes, etc. etc.! Señores, ya lo hemos visto, solo se aumentarán sus propios ingresos (ya lo dijo el Gob de La Pampa hace unos días), tomarán todas medidas para beneficiarse ellos y perjudicar a la ya tan alicaída clase media, y además, tendremos pocas posibilidades que existan sitios de opinión periodística diferente -como éste- porque la persecución ya empezó con la Comisión Provincial de la Memoria de la Pcia de Buenos Aires. Saludos y a desearnos suerte !
Excelente columna Coni… Yo también quedé en el medio de esa brecha, en «donde no hay lugar para los neutrales» pero verlo a Lavagna con Barrionuevo, me hace dudar también de votarlo. Veo que la vieja política sigue ahí agazapada…. Mucho para definir de acá al domingo. Un Abrazo