Mi voz le llegará,
mi boca también...
tal vez le confiaré,
que eras el vestigio del futuro...
Luis Alberto Spinetta- Los Libros de la Buena Memoria
Es delicado el momento. Es confuso. Todos los que abrevamos en las aguas de las dudas sobre la verdadera identidad política de Alberto Fernandez, estamos alertas y a lo mejor, claramente, demasiado sensibles al uso de las palabras.
El Presidente electo también ayuda. Navega entre los mares de los tironeos internos que se conjugan en el Frente de Todos, y si, está sometido al escrutinio constante de cada palabra que dice, y a reacciones exageradas o demasiado exegéticas. Y en ese punto, es probable que se consuman injusticias o prejuicios.
Pero ese control discursivo tiene un motivo justificado: hay un pasado reciente de apriete al periodismo. Hay un conjunto de actitudes que el kirchnerismo asumió como naturales y que agredió al libre ejercicio de la opinión del periodismo, descalificando por su pensar, por los asuntos que investigó o por la empresa desde donde salía la información.
Ese antecedente, incluye la utilización de los recursos del estado para escrachar a periodistas, juicios públicos encabezados por Hebe de Bonafini con gigantografías de periodistas expuestos en la Plaza de Mayo para que sean escupidas por los transeúntes, envío de los organismos de recaudación pública a los periodistas que no comulgaban con las ideas del gobierno, hasta la eliminación de espacios en radio y TV, que eran comprados por empresarios aliados. O el agravio al artista Hermenegildo Sabat, cuyos dibujos en las editoriales no habían sido cuestionados, ni por los sectores más retrógrados que lo habían sufrido.
El punto cúlmine de ese conflicto fue la sanción de una ley de medios inútil, casi inaplicable, que tuvo como único objetivo el desguace de la principal empresa de medios del país, que si, se comportó como enemigo del gobierno de Cristina Kirchner, y estableció réplicas injustificables, que terminaron legitimando esa pelea.
Entonces, cuando aparecen voces como las de Hugo Moyano, Rafael Bielsa, el ex Ministro de la Corte Suprema, Zaffaroni, o expresiones más simbólicas como las de Dady Brieva, demandando una especie de «investigación al comportamiento del periodismo durante el Macrismo», es normal que se generen preocupaciones. Y es normal que buena parte del periodismo, advierta sobre los riesgos que esas expresiones traen implícitos.
La idea de que la ex presidenta fue sólo una «victima» de una persecución política judicial, puede ser admitido a medias. Pero hay causas judiciales abiertas en las que CFK, todavía no pudo explicar su enriquecimiento, sus sociedades con Lázaro Báez, sus negocios con los hoteles, y el admitido proceso de coimas que reveló la causa de los cuadernos, que fue admitido por un ex ministro de esa gestión.
Es probable, también, que existan causas infundadas, y un mecanismo político judicial que haya pretendido imputarle acciones inexistentes. Pero una cosa no invalida a la otra. Ni Boudou es un preso político, ni los condenados por la tragedia de ONCE, ni Julio de Vido, ni la pornográfica escena de López tirando los bolsos en el convento. Todas las causas que los tienen detenidos, todas, o tienen condena, o elementos contundentes que prueban las irregularidades.
El Kirchnerismo tuvo bolsones de corrupción, y los mismos se diseminaron en las provincias, donde los gobernadores que le respondian, también afrontan causas por enriquecimientos inexplicables, como los casos de Daniel Scioli o Sergio Urribarri. Negar eso es imposible. Al menos, desde la mirada del estado de derecho y las normas que nos rigen.
Todas las causas en las que hay sospechas valederas, fueron reveladas por el periodismo. Y ese periodismo, recibió agresiones y presiones durante el el último gobierno K.
¿ Hay quienes intentan volver a eso? No es una pregunta menor, ni los temores son infundados: que Hugo Moyano, dirigente sindical multimillonario, diga que hay periodistas que «tienen que pagar», que Rafael Bielsa diga que «ese periodismo tiene que desaparecer», o que algunos otros promuevan una especie de CONADEP contra el periodismo, no pueden ser tomadas a la ligera.
Tampoco es sano que el próximo presidente, se arrogue el derecho – contradictorio en su caso, si se revisan sus declaraciones durante los últimos años- de decir que su vicepresidenta es sólo una perseguida política, por su condición de dirigente popular. Ni que su situación sea comparable a la de Lula. Ni Cristina fue destituida irregularmente como Dilma Rousseff, ni los delitos que se le imputan son comparables a la nimiedad que le costó la libertad al líder del PT brasileño. Ni Macri, con todos sus errores, fue Bolsonaro.
Caer en la simplicidad de igualar situaciones, es tan grave y tóxico como asegurar que todo el peronismo es corrupto, que el Kirchnerismo es fascismo, o que sus gobiernos ponen en peligro el funcionamiento de la República.
Aunque no resulte lógico, hay dirigentes «progresistas» que son corruptos. Y hay periodistas que publicaron denuncias infundadas, si. Pero eso no es general, ni fundamenta decisiones arbitrarias. Y menos aún, habilita para celebrar algunas nuevas fórmulas de silenciamiento judicial, como está ocurriendo con algunos periodistas en todo el país. Cualquier voluntad que atente contra la libre expresión, es peligrosa. Porque implica que hay alguien que arbitrariamente se considera dueño de lo que se puede o no decir.
El Kirchnerismo volvió al poder, y para eso tuvo que ceder el protagonismo a un dirigente que no lo representaba. Por una razón sencilla: la gran mayoría de los argentinos no los hubieran votado en su expresión pura. Y ese dato, no debería pasar inadvertido en la construcción de las políticas a seguir. Primero, porque hay un bloque consolidado del 40 % que se ha expresado en su contra, y segundo, porque el 48% que lo acompañó, está compuesto por muchos que tampoco adhieren a esas prácticas.
La idea fanática de creer que los conflictos de este país se van a resolver con la eliminación, con la persecución y con la venganza contra los que no expresan lo que la nueva primera minoría quiere, es muy peligrosa. Hay olores que traen malos recuerdos. Hay, como decía Spinetta, vestigios del futuro. Y hay motivos para tenerlos.