Si. Es un golpe de estado. Y no admite peros. Ok. En eso estamos todos de acuerdo. Cualquier desplazamiento por la fuerza de un gobierno elegido por su pueblo, es un golpe de estado. Hasta ahí llegamos todos juntos. O al menos todos los que defendemos a la democracia sin ningún pero.

El problema aparece cuando hablamos de la democracia, no de los golpes de estado. Las diferencias aparecen ,y muy claras, cuando medimos el valor del sistema democrático. No cuando discutimos sobre golpes de estado.

La democracia se respeta siempre. Sin peros. Y se respeta de una sola manera: cumpliendo al pie de la letra lo que indica la constitución del país. Y esa Constitución, nos guste o no, es la consecuencia de un acuerdo de mayorías. Y no hay minoría que la pueda modificar ni interpretar a su gusto. Ahí están las reglas. Y se cumplen. Sin excepciones.

Evo Morales venía de pisotear a la constitución boliviana. Tres veces: primero, cuando no reconoció el resultado del plebiscito de 2016 que rechazó su pretensión de ser reelegido. Segundo, cuando consiguió que la justicia lo autorice a presentarse. Tercero, cuando se presentó a las elecciones y finalmente su gobierno, ejerció fraude en las elecciones para ser reelegido en primera vuelta. Todo eso es verdad. Y no hay ni una coma de opinión. Son los hechos. Después, vino el golpe. Y nada, absolutamente nada lo justifica.

Ni al golpe, ni a los abusos de Evo. Y cualquier voz que indique lo contrario estará abonando a la destrucción del sistema democrático.

Las soluciones las tiene que dar el mismo sistema: la asamblea legislativa de Bolivia, tendrá que llamar de manera urgente a nuevas elecciones, y con todas las garantías del caso- eso implica controles internacionales y aplicación de mecanismos transparentes de escrutinio- el pueblo Boliviano debe elegir a su próximo presidente. Ni los golpistas, ni los que pisotearon la constitución, pueden reclamar nada del otro. Ambos bandos son culpables. Ambos se retroalimentan, y a ambos, claramente, la Constitución les importa sólo cuando les viene en saco, y a su medida.

Esto es para Bolivia, para Argentina, para Chile y para Uganda. Y para Venezuela, por ejemplo.

Entre la derecha que encuentra en los «nuevos golpes» soluciones a sus necesidades, y el «populismo progresista», que elige qué es una democracia, según se le antoje, lo único que están haciendo es destruir la credibilidad de un sistema que no tiene reemplazo mejor.Que no ha encontrado todavía, un mecanismo que lo supere en garantías de derechos. Para las mayorías y las minorías.

Es obvio que quienes no reconocen que en Bolivia hay un golpe de Estado, no respetan la democracia. Y es obvio, también, que quienes relativizan a la democracia, cuestionando como «liberal», tampoco la respetan.

Y acá hay que hacer un simple ejercicio: si bancas a la democracia, la bancas siempre. Si te indignan las acciones autoritarias, te indignan siempre. No se puede elegir. No es una opción.

El relato de «representar al pensamiento y los intereses de las mayorías» sin que eso se certifique en elecciones libres, no es otra cosa que una justificación de la fuerza por sobre la ley. No hay argumento alguno que te autorice a hacerlo. La propia democracia tiene maneras de resolverlo.

Podrás sentirte portador de todas las verdades reveladas que quieras. Podrás estar convencido de que tus ideas son las únicas que pueden solucionar los problemas de injusticias sociales y económicas que tiene tu país. Pero las vas a poder aplicar, si ganás legítimamente las elecciones. No hay otra manera.

Yo vi en Venezuela a una dictadura. Vi a su pueblo hambreado. Vi la imposibilidad de expresarse de los opositores al régimen. Y no hablo de los funcionarios del gobierno paralelo. Hablo de la gente común, que a las seis de la tarde corre para llegar a casa, antes de la razzia paramilitar de los motorizados. Eso no es democracia. Y si cabe alguna duda, que lo cuente el 15 % de los venezolanos que se exiliaron. Un porcentaje que triplica- para entender la dimensión- a los exiliados de la dictadura militar argentina entre 1976 y 1983.

¿ Somos o no somos democráticos? ¿ bancamos al sistema o no lo bancamos? ¿ Toleramos el pensamiento y la voluntad de las mayorias y de las minorias, o elegimos lo que nos gusta, y definimos después?

Si bancas a Evo, tenés que admitir que incumplió con la Constitución.

Si bancas a Maduro, no tenés ninguna legitimidad para reclamar por el golpe de estado en Bolivia. Porque es una hipocresía. Porque te asumís como dueño de la verdad y las reglas sólo te importan cuando te convienen.

La democracia, en América Latina, es un acuerdo tácito desde que cayeron Galtieri, Stroessner, Pinochet y cada uno de los dictadores que nos gobernaban ilegalmente. Aceptamos a la democracia y nos sujetamos a sus reglas.

Si para aceptarlas, dependemos de nuestros gustos o nuestras ideas, en realidad no las aceptamos. No hay un sólo argumento ideológico, económico o social que lo relativice. No hay «antiimperialistas» ó «héroes» que puedan justificar esa acción.

Tampoco el valor de una gestión puede justificarlo: Evo Morales pudo haber sido el mejor presidente de la historia de Bolivia. Pero es un hombre, y como todos los hombres, debe sujetarse a la ley. Y respetarla.

En cualquier caso, es peligroso. Muy peligroso lo que está pasando, y lo que se vuelve urgente es la re jerarquización del sistema. Ese que tanto desprecio le genera a los iluminados. Mientras tanto, en las calles de Cochabamba, La Paz y de cada ciudad de Bolivia, mueren inocentes. Y no saben por qué.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: