Sábado. Abandoné la capital provincial cerca de la una de la mañana. Había ido a ver a mis amigos Pablo Marchetti y Romina Mazzola en Demos, porque presentaban su Podcast. En la Belgrano se celebraban los «Brigadier». En el aire todavía sobrevolaba el shock de la derrota de River sobre la hora con Flamengo. La noche está llena de trap y de cumbia. Las chicas sólo quieren divertirse, y decenas de ellas hacen la previa en la Estación de Servicio. Demasiado temprano para ellas, muy tarde para mi.

«La sociedad» funciona al ritmo de los microclimas. Nada es absoluto. Un rato antes me había quedado en el patio de Demos, curioseando las conversaciones de jóvenes. Escuchaba de qué hablaban, y nada, absolutamente nada de lo que alcancé a espiar, me resultaba especialmente atractivo. Claro, es la edad. Sentí sueño, en el teléfono brillaban los reclamos de una hija que preguntaba si me faltaba mucho para pasarla a buscar, y huí. Sin saludar a nadie, como corresponde.

En la presentación, la Pechu y Pablo se divirtieron desacralizando todo. De tamaños de penes a sospechas sobre la vida sexual de los dirigentes políticos locales, todos los ítems llevaban cierto desafío a la corrección política. Que suerte, pienso, hay quienes se escapan del mundo binario. Hay quienes se rebelan de la furia de la mirada de los nuevos dueños del idioma y la sexualidad. A algunes presentes, las aseveraciones terminan resultando incómodas. No menos incómoda que la valentía de la Pechu, que cansada por una sesión de quimio, afronta el diálogo público con la irreverencia de siempre. La tragedia es comedia, cuando el relator quiere. ¿ Cual es el límite del humor sobre uno mismo?

Pechu nombra a Rita Segato. Pablo se anima a tirar «esas dos palabras» sobre la cabeza de los presentes. ¿ Pensamiento binario si o no? Y la platea se divide. La libertad de expresión del otro jode. Pablo y Pechu, juegan con Rita Segato pero producen el mismo efecto que ella: rompen con el discurso único. Se burlan de los principados establecidos y establecen una sóla linea de tensión: «si vamos a hablar, hablemos en serio, seamos sinceros». Y ya no causa mucha gracia la cosa.}

Rita Segato se hizo popular en los últimos dias por sus afirmaciones sobre Bolvia, Evo y el Golpe. En el nombre de la libertad, un ejercito de libertarios saltaron sobre su cuello para degradarla por decir lo que piensa.

«Es cómo si lo putearan a Bayer», me dice alguien en la vereda. Claro, pienso. Rita Segato es asimilable a Bayer. Pero como se atrevió a expresarse diferente en la multitud, pasó a ser una «feminista deformada por la institucionalidad»

¿ Nos importa la libertad? ¿ O nos importa que crean que nos importa la libertad, pero somos capaces de coartarla cuando nos molesta?

¿ Que nos importa, realmente? No pude sacarme de la cabeza el dialogo de mis dos amigos, mientras volvía por la ruta escuchando el primer capítulo del Podcats «Dos tazas de té», en Spotify.

No. no hablan de sexo, ellos. No. Que lo usan para ejercitar la libertad. Para estampar en los oídos, una cuota de doloroso sentido común en medio de tanta verdad forzada. No son dos sexópatas, ni dos vulgares conversadores. Les duele todo lo que cuentan. Se ríen de sus dolores, de sus defectos, de sus historias y sus fracasos. Y entonces, todo, absolutamente todo lo demás, se reduce a pornografía social, a ruindad política, a narcisismos encerrados en cuerpos y gestos de corrección discursiva.

Una obsesa con cáncer, si. Dice ella. Y se rie con su boca afectada por el tratamiento. Y aprovecha para hacer chistes sobre la utilidad de su temporaria falta de dentadura, para el sexo oral. ¿ Quien se atreve a desafiarlos?

En un mundo perdido por las rivalidades estúpidas. En un clima repleto de nuevas obligaciones morales, Pablo se atreve a hablar de las acusaciones de «Violin» que recibió por un texto de ficción, donde describe su amor por su hija mayor, y sobrevuela el fantasma del incesto. Nada es más brutal que la confesión. Si, a vos que me acusás por desear, parece decir Pablo. A vos que te tragás toda la mierda que llevas dentro, para no parecerte un rato a vos mismo. Para escaparle a la soledad inmensa que implica aceptarse como un individuo, y no (sólo) como un número en el ejército de «les correctes».

«Tanta oscuridad», pensé. Mientras contemplaba las islas que me llevan de vuelta a casa. Las luces siempre encienden en el alma, dice esa canción. La oscuridad, efectivamente, es esa que llevamos dentro cuando no somos capaces de mostrarnos tal y como somos.Cuando forzamos el silencio sobre nosotros mismos. No sobre los demás. Sobre nosotros mismos, y nos andamos ocultando bajo los atuendos de la «norma» y las imposiciones. Que ser libres no implica solamente llevar look, recitar palabras nuevas y aceptadas por la tribu, ni pertenecer a la legión política que nos pone en la supuesta vereda del bien. Que bancarse a uno mismo, no se explica con un pañuelo atado a la muñeca, ni afirmarse en colectivos.

Pechu y Pablo, hieren al que escucha. Porque hieren a la mentira. Hieren la comodidad de los silencios. Hieren a la propia muerte, que les sobrevuela. Y la espantan.

Los pibes afuera, en el patio, siguen hablando de lo mismo que hablaron y hablamos siempre. No hay nada nuevo bajo el sol. Me acuerdo de «Nuevos Trapos», aquella canción que en 1983 imaginó este presente desarticulado que repite imágenes del siglo pasado, y mientras todo sucede, como dicen Pechu o Charly, lo que sobran son pibes y pibas intentando «encontrarse por primera vez»

Bancarse la oscuridad interior, mostrarla, es paradójicamente la única manera de echarnos luz. Decirnos sin miedos que tenemos miedos, preguntarnos qué somos, hasta cuando, qué sentido tiene todo el sinsentido de lo que nos rodea, si no somos capaces de ser sinceros de verdad. Confesar que hacemos lo que hacemos por conveniencia. Que somos, en muchos casos, la misma mierda que criticamos. Que tenemos un profundo problema con la libertad. Del otro, especialmente.

La vida, eso que transcurre mientras estamos ocupandonos de cosas «importantes», es una paleta infinita de colores e individuos. Si. Individuos. Y en cada uno de ellos, habita un infinito mundo de inteligencias y pasiones que son, más allá de las apariencias y las obligaciones.

El viaje se termina. Hay algo que llevo liviano a la cama y no lo descubro hasta que amanezco: es la libertad, pienso. Es la libertad que esos dos trogloditas me inyectaron, antes de la huída.

Un viaje por la oscuridad. La luz oscura. La libertad apresada. Borges, el oximorón, Rita Segato. Pechu y Pablo. La explosión de lo genuino. Lo que duele y sana.

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