Debe haber pocas cosas más pesadas que la comparación constante. Esa sensación de estar siendo medido en relación a otros, todo el tiempo. Esa imposibilidad de anunciar la refundación de las cosas. Esa idea, muy argentina, de aparecer en escena como la soluciòn a todos los males, pero sin tantos males y el público lo sabe.

El festival de presiones, descalificaciones y exageraciones , a las que asistimos en los últimos días en Santa Fe, dejan en claro algo: para los que vienen resulta imprescindible desgastar y manchar todo lo que se pueda a la gestión que se va.

Desde todos los lugares que se pueda, con cualquier tema, y si hace falta mentir, no importa. La idea es sacarle de encima al pròximo gobernador esa sombra que implica suceder a un buen gobierno.

El problema no son los empleados públicos, ni la militancia, ni los convencidos: el problema son los ciudadanos. Que saben claramente qué hizo el gobierno que se va. Y saben, también, que el gobierno que viene, tiene un sólo compromiso por cumplir: ponerle paz y orden a la vida cotidiana. Una promesa que se repitió como mantra durante la campaña, y que le dió la diferencia que necesitaba al candidato ganador.

El Frente Progresista perdió en Junio por muchas razones. Se pueden amontonar: El desgaste natural de 12 años de gestión, las diferencias internas, el esfuerzo manifiesto que hizo el desplomado candidato de Cambiemos para dividir el voto de los radicales, el impacto de los votos religiosos que votaron arriba al peronismo y abajo a sus diputados provida, y si, claramente las dificultades que tuvo para resolver un tema que no resuelve nadie en ningún lado, pero que le cabe como responsabilidad: la violencia y el delito.

La herencia, sin embargo, deja a decenas de policias corruptos fuera de la fuerza. Deja a todas o casi todas las bandas narcos desarticuladas. Deja un nivel de equipamiento policial inèdito, y una cultura de la denuncia y el reclamo público que no tiene antecedentes.

El mote de «Narcosocialismo» que inventò el Kirchnerismo, pero cuyo uso compartió con la misma intensidad Cambiemos, dejó un sabor amargo para los detractores: no hubo una sola denuncia contra los funcionarios políticos de seguridad, en el sentido de haber colaborado con el crimen organizado. Hablo de civiles. A los policias les corresponden las generales de la ley. Y todos los presuntos involucrados, o están sentenciados, o fueron separados de la fuerza. Una cosa que no suele ocurrir en ningún otro lugar del país.

A Marcelo Saín, el ministro elegido por el gobernador electo para comandar el cumplimiento de la principal promesa electoral, le cabe mejorar lo hecho: demostrar que es capaz de sostener la purga en las fuerzas, de mejorar la tecnología existente, y de instalar un plan de seguridad que no termine basàndose en las pràcticas mágicas de la represión y los acuerdos con los los cuadros intermedios de la policía para maquillar la situación.

Sus antecedentes son impecables. Nadie puede cuestionar ni su capacidad, ni su honestidad. Del mismo modo, nadie puede imputarle haber resuelto los temas que tiene que resolver en Santa Fe, en sus anteriores gestiones.

Tampoco puede confiar en los propios, como quedò demostrado en las audiencias del juicio contra el narco Alvarado. Ni cuenta con asesores territoriales que le garanticen la transparencia y la distancia que reclama para que no se «negocie con el crimen».

Seguridad. Eso es lo que tendrá que exponer el gobierno entrante por sobre cualquier otra demanda. ¿ Por qué ? Porque en el resto de las áreas de gobierno, se encuentra con situaciones que no son ideales, claro, pero que comparadas con todas y cada una de las provincias argentinas, son infinitamente superiores.

Con un déficit que no supera el 1,5 % del presupuesto, con programas sociales modélicos para la inclusión, con docentes y trabajadores bien pagos y en condiciones laborales que no tuvieron nunca en la historia, con una infraestructura en salud que no tiene nadie en el país, con políticas en Energía, en Obras Públicas y en Cultura en marcha. Con programas productivos que incluyen a todas las cadenas de valor, y con un estado saneado y modernizado, no queda mucho por reclamar. Con una transparencia en el manejo de los recursos públicos que no tiene antecedentes. Con políticas pública de género, de accesibilidad y de conectividad con el ciudadano que son ejemplares para el resto del país.

La herencia es liviana, muy liviana. Tan liviana que cualquier decisión incorrecta, lo expondrá a la comparación odiosa y al reclamo. Y esos reclamos no vendrán desde los lugares que ocupan los aliados, los socios o los adversarios. Se oirán desde la calle, desde el ciudadano común, desde los padres de los alumnos, desde los beneficiarios de las políticas sociales, desde los usuarios sin recursos de las estructuras deportivas y culturales, que se abrieron para contenerlos.

La herencia más pesada que recibirà el próximo gobierno es la incómoda obligación de superar a un buen gobierno si quieren seguir gobernando más allá del 10 de diciembre de 2023.

Eso lo sabemos todos. Incluso una gran parte de los votantes del nuevo gobierno. Y lo sabe el nuevo gobierno. Por eso, este festival de nervios previos, este clima de tensión innecesario, este espectáculo de desplantes y declaraciones que no tienen ningún sentido.

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