La señora grita en una sala judicial, da un discurso de tres horas, y en nombre de la historia se absuelve de los delitos que le imputan. Y al final, señala con el dedo a los jueces y les dice «ustedes van a tener que responder preguntas».
Un periodista informa sobre el comportamiento de un hombre cercano al presidente electo, y el presidente electo elige las redes sociales para reprocharle la información y le dice operador y mentiroso, y concluye con un «Sabelo», advirtiendo en su reproche por lo publicado, una advertencia .
La señora, claro, es la vicepresidente electa. Y aunque se autoproclama una perseguida política, lo cierto es que desde que «sufre» las acciones de la justicia en su contra, nunca ha sido detenida, ni limitada en sus acciones privadas y públicas. Lo único que le pasa es que debe pedir permiso para salir del país, como les pasa a todos los procesados del mundo.
El presidente electo se encargó de avisarnos que «esta vez, no» , «Que esta vez, volvemos distintos y mejores», y en el nombre de Todas, Todas y Todes, prometió un cambio de modos. Esos modos que cansaron a los argentinos en 2015 y terminaron instalando a un amontonamiento de opositores con Mauricio Macri a la cabeza en el poder.
La vicepresidenta electa «resignó» sus expectativas presidenciales por una sencilla razón; si ella encabezaba la fórmula no había forma de ganar. Y su decisión de no hacerlo, suponía otro compromiso: el que iba a gobernar era el presidente, no ella. Pero a una semana de asumir el nuevo gobierno, las cosas se parecen mucho a lo contrario, y la figura del presidente – contra todos los antecedentes- se debilita. Por sus propias acciones en menor medida, y por la sobreactuación de su vice.
Cristina habla de la existencia de «plazos fijos nuestros» en referencia los 3,5 millones de dólares que aparecieron en la caja de ahorro de su hija y que la involucraron en las causas judiciales. La entonces presidenta reconoce haber realizado movimientos de dinero para convertirlos en dólares, como si eso fuera normal. Y dice que ese dinero es la consecuencia de los ahorros con su marido.
Omite un pequeño detalle: desde 1987 hasta 2015, su marido y ella sólo vivieron de la política. Y nadie que vive exclusivamente de la política puede juntar esa cantidad de dinero en blanco, si además se agregan los inmuebles y las empresas que su familia tienen. Pero además, confiesa que especuló con ese dinero, una acción- que el macrismo generalizó- que moralmente es reprochable.
Sin embargo, ella se escuda en el «Lawfare» y dice ser una perseguida política. Y sugiere que si alguien debe dar explicaciones por el manejo de los fondos del estado, no es ella , sino el «jefe de gabinete» de entonces. Que no es otro que el presidente electo.
Y no repara un segundo en su propias confesiones, que son ocultadas en la sobreactuación y los aplausos que suenan de fondo.
El presidente simultáneamente se dedica a «armar» el gabinete, y más allá de las versiones y las publicaciones bien o malintencionadas, queda claro que tiene dificultades para poder hacerlo con libertad: muchos de los nombres que propuso fueron tachados por su vice, y en el armado legislativo, las definiciones de CFK impusieron nombres tan propios que expresan una desconfianza obvia: por las dudas, nosotros controlamos acá.
El presidente no muestra una sóla señal de autonomía. Y lejos de despegarse de los reclamos indebidos del Kirchnerismo duro- por ejemplo con las causas judiciales que mantienen detenidos a muchos ex funcionarios (ahora presos políticos) algunos de ellos con doble condena- se suma y legitima esos reclamos, contradiciendo sus afirmaciones históricas sobre la independencia de poderes, y sobre las acciones ilegales de aquel gobierno, del que se fue denunciando.
Todo esto, mientras el país se asoma a un tembladeral. Con una nube espesa en el horizonte, y con dificultades que son demasiado graves como para seguir jugando a lo gestual, antes que definiendo políticas.
Alberto y Cristina parecen no estar cumpliendo con sus promesas. Y eso, lejos de mejorar las perspectivas, las empeoran.
No era con gritos, ni con amenazas cómo debian volver, no era lo que prometieron. Era ensanchando, no cerrándose sobre el círculo de convencidos.
Cristina lo que debe hacer es defenderse en los juicios y dar todas las explicaciones que deba dar. Su idea de que «la juzgan por haber gobernado bien» resultaría comprensible y defendible, si no terminara aceptando que es dueña de una fortuna que nunca puede explicar, ni termina explicando.
La salud de su hija no es responsabilidad de los jueces, ni del periodismo. Nadie, salvo ella y los médicos, sabe exactamente lo que le ocurre a su hija. Y poner ese tema en su alegato, implica jugar con eso, haciendo un uso indebido e inmoral de la vida de otra persona, que no habla. Lejos de ayudarla, la revictimiza y la expone a la sangría pública.
El Kirchnerismo vuelve con las mismas mañas, con las mismas maneras y con las mismas convicciones. A un paso de repetir el «Vamos por Todo», mucho más cerca de lo que fueron, que de lo que prometieron ser.
Desde la semana que viene, les toca gobernar. Y no será repitiendo las fórmulas del fracaso como se recompondrán las cosas. Ya no hay viento de cola, ya no hay comodities salvadores, ya no hay demasiado margen para seguir devaluando, y algo más: ya no hay un Néstor que administre el poder, y lo multiplique. Ese debía o debe ser Alberto, pero Cristina está demostrando que no está dispuesta a cederle ese protagonismo.
Refleja la realidad. Mira Rafaela lo que paso y esta pasando. Hay que agradecerle al señor Perotti trepador de cuarta.
Creo que los que votaron esta dupla son responsables de que todo el país se vaya a pique. Si hay personas que creyeron lo contrario, para muestras basta un botón, y acá ya tienen una fábrica de botones. Lo mas grave es que los delincuentes saldrán como reyes y quienes trabajamos, estaremos presos en nuestras casas, sin arte ni parte. No hay peor ciego que el que no quiere ver