Y pasó nomás. Después de tanto tiempo, tanto debate, tanta tensión, tanto desastre económico, llegó el 10 de diciembre y Macri se fue, no sin antes entregarle el bastón a Alberto Fernandez. Parece una tontería, pero este país se mata en tonterías, todo el tiempo.
Alberto sacudió al país con gestos. Desde que salió de su casa manejando su auto particular, y hasta el momento de la jura de sus ministros, todo fue gestualidad.Todo fue amabilidad, serenidad, amplitud y política grande.
Los grandes políticos, dicen, aparecen cuando resuelven con sencillez lo que para muchos otros es un laberinto de egos. A esos laberintos, los dirigentes con estatura los saltan, y los eluden. Un dirigente, se demuestra en la acción política, no en la gestualidad. La gestualidad, si, ayuda mucho. Y también, lo exhibe.
Alberto dió lecciones esta mañana. Llevó a Gabriela Michetti en su sillón de ruedas, desde la puerta donde fue recibido hasta el salón azul. Se abrazó con intensidad con los dirigentes de su partido, claro, pero también con los opositores. No contrajo nunca el ceño. La sonrisas estampada, ayudaba a que todo se resolviera con naturalidad, y así fue: consiguió contagiar ese ánimo, y la ceremonia fue la que la mayoría esperábamos: recibieron juramento, se hizo el traspaso de la banda y el bastón, Mauricio Macri se fue y él, se sentó , se puso los lentes «Lennon», y comenzó un discurso importante. De esos que impactan en el que lo escucha. De esos que terminan ganando al silencio de los hogares y las oficinas, mientras transcurren.
Del hambre, de esa urgencia. De las prioridades. De la predisposición a resolver pacíficamente los problemas. De la necesidad de sumar voluntades. De la economía, como una tragedia que nos obligará a esforzarnos para salir, una vez más.
De las libertades individuales. De la educación. De la deformación naturalizada de algunos asuntos subterráneos que debilitan de forma permanente a la democracia, como la Ex-Side, como la manipulación política del poder judicial. De los sobres de los periodistas.
De los valores del sistema. De la grieta que es un muro. De la necesidad de diluir las diferencias fundadas en el odio. El rescate permanente de la figura de Raúl Alfonsín, ese que los radicales de Cambiemos ignoraron durante los cuatro años del mandato Macrista. La utilización del «Nunca más», para todo aquello que efectivamente nos hace daño. Para los femicidios, para el maltrato a la mujer, para la persecución, para el espionaje, para el endeudamiento que nos impide crecer.
No se encuentra en el discurso de Fernandez, más allá de las citas estadísticas y el retroceso que muestran en los indicadores de empleo, pobreza, indigencia, actividad industrial durante la gestión saliente, un sólo agravio, una sola descalificación a los «otros», ni una sóla rémora histórica que lo haya obligado a levantar el dedo acusador. De eso se encargó la gente, cuando lo votó. Porque la gente lo sabe, él esté sentado ahí. Y nada más, porque sobraba, y no ayudaba a nada, al menos en ese momento.
Y al final, las preguntas. Esas que derivaron en una nueva mención al líder radical, para que de una vez hagamos posible aquello de que con la «democracia se come, se educa, se cura»…
¿ Seremos capaces de hacerlo? ¿ Seremos capaces los argentinos de concretarlo? ¿ Serán capaces los dirigentes?
Esas preguntas echadas al aire, nos obligan a todos. Nos caben a todos. Nos exigen a todos, gestos.
Al final la fiesta. La «brisa democrática», como describen muchos en redes sociales. Esa sensación de ilusión, de identidad, de empatía con lo que viene.
Un poco en broma, un poco en serio, Alberto nos puso a la mayoría de su lado. Nos ilusionó y nos llenó de argumentos para hacerlo. Incluso contra él mismo, cuando pidió que si ven que se corre de sus compromisos » salgan a la calle a reclamarmelo. Y retomaré la senda»
Fernandez en apenas una hora, dejó en claro las diferencias de dimensiones con su antecesor, sin necesidad de humillarlo públicamente.
La ilusión es una base muy importante para empezar. La confianza, y el humor social, como la gestualidad, no resuelven nada. Pero ayudan mucho. Y son bienvenidos.