En cierto punto la cuarentena es un retorno a lo primitivo. Con todos los adicionales del siglo XXI. La lejanía que sentimos termina siendo amortiguada por la hiperconectividad. Da igual donde estè el otro. Nos resulta igual de sencillo comunicarnos con el vecino o con el hermano que vive a 12 mil kilometros de distancia. No termino de saber si eso està bien o mal. O en todo caso, si eso alivia las circunstancias. El encierro es un estado de limitación. Y ninguna limitación a nuestras libertades individuales puede celebrarse. Pero esta vez no hay reclamo posible. Tenemos que hacerlo. Y no hay asunto superior.
Las horas pasan más lentas. Y cuesta administrarlas. Hay una ansiedad normal. Pasamos de la euforia a la depresiòn, nos reimos y lloramos. Es normal, supongo. La idea del encierro nos aterra. No puedo evitar que mis hijas lo sientan. La mayor parte de la comunicaciòn desde los medios es terrorista. Los medios ocupan el 80 % de su tiempo en desparramar versiones, estadìsticas y suposiciones. La enorme mayorìa de esas informaciones no tienen ninguna utilidad. No nos sirve el terror, aunque para algunos parece ser necesario: siguen en la calle inexplicablemente. Algunos piden sangre. La estupidez humana es ilimitada, parece.
Entré en un estado de pausa en mis combates. No siento, eso, no siento que ninguna información ajena a la pandemia tenga algún valor. Quizás ahí radique todo lo que importa: hay que sentir. Sentir es una soga que nos ata a lo profundamente humano. No podemos ser solidarios sino sentimos en el cuerpo la importancia del otro. Importa nada lo que hagan los polìticos ahora. Ahora hay que escuchar las indicaciones que nos den y cumplir con todo. Mañana, si, pasado mañana o cuando podamos volver a discutir lo no elemental, serà tiempo de volver a abrir la boca.
Ahì estaban los libros que me regalaron o que comprè y nunca leí. Se trata de abrirlos y empezar. Cualquier cosa que hagamos que nos sume algo es bueno. Leer, jugar, escribir, hacer abdominales, incluso limpiar esos agujeros de la casa que siempre decimos que «el fin de semana, cuando tengamos tiempo, vamos a ordenar». El tema es tener la cabeza puesta en algo, no en el horizonte ni en el reloj esperando que pasen las horas. Nos pasamos la vida diciendo que «no tenemos tiempo». Bueno, nos «regalaron» este tiempo para cumplir con todo eso. Incluso para dormir las horas que nos debemos. No desaprovechemos el tiempo. Que un dìa vamos a tener que volver a la rutina. Y vamos a extrañar esta disponibilidad plena.
Tengo varios amigos que trabajan en la Salud Pùblica. El llamado de uno de ellos me dejò triste. No porque me dijera algo que no supiera, sino porque su tono, su energía, su reclamo , fue tan tajante y terminal: «No salgas de tu casa, te lo pido por favor» me dijo. Y aunque yo trataba de explicarle que lo estaba haciendo, èl insistiò: «Esta es nuestra guerra, a ver si te queda claro: es una catástrofe. Y lo vamos a entender cuando empiecen a contar los muertos. Estamos a tiempo de pararla. Y dependemos de que la gente se guarde. Que no propague el virus». No me dijo nada que no supiera. Pero cuando nos dejamos un abrazo por linea, sentí que se estaba despidiendo por las dudas. Me dejó mal un rato largo. Luego me mandó un meme. Tambièn la suerte juega en esto. Pero no la tentemos.
Lo escucho a Fito Páez, y no me importa nada si le pagaron o no a los artistas para que hagan conciertos desde su casa, como dice un diario de hoy. Si asì fuera, bienvenido. Cualquier aporte que se haga para animar, acompañar, entusiasmar y conmover a la gente, està bien. Y si el Estado gasta en eso, me parece razonable. Es obvio que preferirìa que lo hagan gratis, pero es su trabajo. Y si lo hacen gratis, mejor, claro. Pero no podemos discutir eso ahora. Al final es lo que le reclamamos siempre al Estado: salud, seguridad, Educaciòn, y cultura. Y hoy, es una gran oportunidad para que eso se haga explìcito.
El talento, ay Dios. Quienes carecemos de talento sentimos una enorme angustia en estas horas. A mi se me ocurriò solamente algo: leer poesía. Y compartirla. Y pedir que se contagien y desempolven los poemas más lindos que encuentren para recitar y largarlos a las redes. Fui por el lado de los malditos, de Ginsberg, y ahora estoy leyendo cosas de Leonard Cohen. Puta madre, que poco leemos poesía. Que necesaria es para explicar la existencia, el peso real de las cosas. Que los mùsicos toquen y canten, que los actores nos estremezcan, que los escritores nos cuenten cuentos, que los adolescentes nos llenen de tictocs, que todos saquemos la mierda que llevamos encima con arte. ¿Quién resistirá, cuando el arte ataque?
Un día
una ola
que estaba triste y sola
se puso a cantar
y desde entonces cantan
todas las olas del mar
(María del Carmen Villaverde)