Quizás hayamos perdido algún amigo o conocido. O no. Tal vez hayamos estado enfermos, o no supimos que lo estuvimos. O nos enfermamos de soledad, de tristeza, de añoranzas cotidianas. O nos descubrimos, por fin, en el límite de nuestra propia existencia. Hastiados de mirar por la ventana al mundo no pasar. Ojalá al menos, hayamos descubierto:

El valor de nuestros espacios verdes

Lo sagrado del encuentro con los que queremos.

El increible juego de salir de casa, ir al cine, recorrer nuestras costaneras, escolleras, orillas, parques generales y avenidas arboladas.

Cuando salgamos de esta prisión preventiva de lujo, para algunos. De este hacinamiento subhumano. De estos límites físicos. De esta plataforma de señales de wifi que se van repartiendo como víboras invisibles a través de los pasillos, los patios internos, los escritorios, las cocinas, las entrañas de los hogares convertidos de a rato en aulas, en gimnasios, en talleres de jardinería. En playrooms que ocupan todo. Ojalá hayamos comprendido;

El precio del tiempo que perdimos peleando

O defendiendo muchas innecesarias necesidades

El disvalor real de algunas de nuestras ocupaciones.

El encanto de sabernos libres

Cuando al final, nos libremos de esta clausura de pieles. De este secuestro masivo de abrazos. De esta aislamiento de sobremesas largas, de este vacío de encuentros noctámbulos con guitarras, de esta ausencia de sábados por la noche, de este pantano sin domingos al mediodía. De esta laguna sin horarios ni abuelos, ni nietos, ni tíos, ni amigos, ni reuniones ruidosas, ni pedidos de silencio para dormir. Probablemente entendamos que;

Hay muchos motivos para volvernos a elegir, o no.

Que es buena hora para algunas despedidas

Que extrañamos mucho a quienes creíamos que no nos hacian falta

Y que a la inversa, algunos no nos necesitábamos nada.

Cuando por fin, podramos deshacernos de las distancias y volvamos a encerrarnos en nuestras vidas normales, en nuestras cansadoras rutinas, en nuestros fastidios de domingos a la tarde, en las arenas y las cales de la vida cotidiana, ojalá al menos hayamos aprendido:

Lo innecesario de los canales de noticias.

Lo imprescindible que es un hospital Público

Un Banco Público

Las escuelas públicas.

El verdadero valor de las maestras y también, de los recreos.

La dimensión del trabajo de los médicos, los enfermeros, los policias y de cada servidor público que salió a poner el cuerpo para salvarnos a todos nosotros.

Cuando ya no hagan falta aplausos en los balcones, ni cadenas de oraciones, ni teleconferencias múltiples, ni dos metros de distancia, ni cascos, ni barbijos, y dejemos de lavarnos las manos porque las tocamos accidentalmente con las de nuestro vecino. Cuando esto pase, y abandonemos el miedo, y dejemos de mirarnos como enemigos.

Ojalá se apaguen los televisores.

Ojalá aprendamos a respetarnos más.

Ojalá el avaro millonario haya comprendido que lo que tiene guardado no le servirá para nada.

Que el que reclama exageradamente entienda que hay situaciones peores y que antes de su propio ombligo, está el derecho del otro.

Que el que gobierna entienda, que sólo está de paso

Que  la ciencia nos salvará

Que  nos hacen falta médicos, investigadores, ingenieros, artistas, comunicadores responsables.

Más conocimiento al acceso de todos.

Y  Estadistas, no simplemente políticos.

Esos que van trazando horizontes por décadas anticipadas.

Y van dejando obras para los que van a sobrevivirlos.

Esos que aprovechan el Estado para igualar más a sus ciudadanos.

Esos que saben, que lo importante son las próximas generaciones

Y nunca más, las próximas elecciones.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: