La muerte de Marcos Mundstock nos robó otro pedazo del mes de abril. Tras la partida del Negro Fontova, la noticia de la muerte del integrante insignia de Les Luthiers, nos colmó de pena. Nos completó la pena.

De Les Luthiers no puedo decir nada que no se haya dicho. En todo caso, si, nos podemos reconocer en la historia del grupo, en cada uno de los sketches que nos memorizamos de por vida y en las maneras en las que nos fuimos identificando con ellos, a través del tiempo.

En la Santa Fe de mi infancia, brillaban los Musicantropus y Los Trisinger, dos grupos extraordinarios que abrevaban en el humor de los Luthiers. El humor que consumíamos en casa tenía esa base : Los domingos de Tato Bores eran sagrados, las comedias de Juan Carlos Mesa, los programas de los «uruguayos» de Hupumorpo, las veladas de Verdaguer y aunque la cosa se corriera un poco en la corrección, los personajes de Olmedo, eran el menú corriente. En casa nos reíamos frente a la tele. Y en eso, mi viejo, fue un promotor del contagio de mis hermanas y yo.

Eso era ir a misa, si. Pero ir a ver a Les Luthiers, era ir al Vaticano.

Cuando los diarios anunciaban que había «Nuevo Espectáculo» del entonces sexteto, mi viejo se encargaba de llamar por teléfono a Buenos Aires para encargar plateas para toda la familia. Recuerdo el pedido que le hacía a sus amigos porteños para que vayan a garantizarnos esas plateas. Y viajábamos a Buenos Aires especialmente a verlos. Todavía me acuerdo de las colas para ingresar sobre calle Libertad, mientras yo esperaba en la placita de enfrente.

Y si por alguna razón, dificultades de agenda o agotamiento de entradas, la temporada lo impedía, en verano gesellino siguiente, nos íbamos a Mar del Plata. Allí no había amigos para pedir que nos compren las entradas con anticipación, y entonces llegábamos a la boleteria directamente, una hora antes del show, y en eso Felipe era hábil. Si el boletero le decía: «No, no hay plateas para hoy» mi viejo- hombre de teatro- le sonreía, le guiñaba el ojo y a lo mejor, no tengo pruebas, le agregaba un billete a la suma total, y terminábamos ahi. En primera o segunda fila, meandonos de risa.

Siempre, antes de ir a verlos, del mismo modo que lo acaba de hacer hace diez minutos por teléfono, Felipe nos contaba sobre Marcos Mundstock: «Ibamos al mismo club, él era mas chico que yo. Pero todos nos acordabamos de lo gracioso que era». Mundstock nació en Santa Fe, pero su familia se mudó a Rosario a sus 10 años. Sin embargo, en el «Kinder» de la Escuela I.L.Peretz, queron los recuerdos vagos de aquel pequeño gracioso que se había convertido en leyenda.

Con los años, como todos, vinieron los Casettes de audio, los VHS, luego los DVD, hasta que hoy con sólo teclear sus nombres y los títulos, podemos verlos desde el living de casa. A mis hijas no le llaman tanto la atención. Sólo espero que alguna vez los descubran, y se conmuevan con él y con Rabinovich, que confieso aún hoy, era mi preferido.

Igual, cada vez que pudimos fuimos a verlos. Con los años ya era cosa de ir con novias, con amigos, o incluso organizar algún viaje a Buenos Aires- como en la infancia- para verlos en algún evento especial.

Para mi, Les Luthiers, se terminó con la partida de Daniel Rabinovich. Pero Mundstock cobró brillo pleno. Entre su inolvidable relato de la «Argentina de Tato» en el que iba hilvanando con su voz, la explicación de aquel país que había desaparecido del mapa, pasando por cada uno de sus breves apariciones en el cine- todas brillantes e inolvidables- su condición de presentador televisivo de conciertos, hasta su último protagónico en el cine con la Borges, Brandoni y Oscar Martinez, en el «Cuento de la Comadreja» Marcos nunca dejó de brillar, de removernos el estómago de risa, y de sorprendernos.

Se fue Marcos Mundstock, y no puedo decir demasiado.

Sólo que se fue un pedazo muy rico, muy importante de nuestra infancia.

Se fue el único cura al que ibamos a visitar con regularidad en casa.

Y ya sabemos, esos tipos se mueren, pero se quedan para siempre, siempre decimos esas cosas que nos dan un poco de consuelo. Sin embargo se van, y ya no habrá nuevas miradas pétreas, ni engolados errores de lectura, ni sus exquisitas opiniones, siempre, siempre, alejadas del mal gusto.

Se fue Mundstock, y vean: se me ocurre despedirlo agradeciendole a mi viejo, Felipe, que tanto los militó, que tantos esfuerzos hizo para convertirnos al Lesluthierismo. Que nos regaló el privilegio de haber asistido en vivo y en directo a momentos imposibles de olvidar.

Chau Marcos, y ya que estamos, Gracias Felipe.

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