¿ Cual es el sentido de la vida, sino morir habiéndose gastado?
Me dolió mucho la noticia de la muerte de Pau Donés, el cantante y líder de Jarabe de Palo. No porque muriera, sino por las cosas que alcanzó a decir antes de morir. El provechoso modo que tuvo de ir hacia la muerte, la generosidad de haberla visto venir y contarla. Usarla hasta que no le quedaron flecos.
Claro. Visto así parece una celebración de la muerte. Pero no. La muerte siempre es la dolorosa puerta que se cierra para siempre. Y los que, por ahora, quedamos de este lado, seguimos mirándola con miedo. Porque al final, todos los miedos son miedos a la muerte. A la propia, claro. Pero mucho más, a la de los seres que amamos.
La vida es un asunto demasiado grande como para andar contaminandola con pequeñeces. Dicho así, suena a manual de autoayuda, pero no: la vida, tiene trazos gruesos y finos. Tiene piedras angulares y otras pequeñas que se meten en la suela de los zapatos. Y otras que nos obligan a pegar el volantazo en velocidad. Y otras, muchas, que están en el paso y que conviene esquivarlas para no lastimarnos en el tropiezo.
La vida es bella, demasiado bella como para ir eligiendo el lado más oscuro siempre. La vida es corta, demasiado corta, como para desperdiciarla no siendo lo que tenemos ganas de ser.
Pero volvamos a la muerte de Pau Donés. Un tipo de 53 años que descubrió a los 49 que tenía un cáncer de colon. Y que sin haberle sacado el cuerpo a todos los tratamientos que le dolieron en el cuerpo, se encargó de aprovechar lo que le quedaba de tiempo para decirnos algunas cosas que sabemos, pero que insistimos en ignorar porque no tenemos cáncer. O porque no asumimos nunca, que nos podemos morir pasado mañana. O porque volvemos a creer que esta historia es infinita, y que algo o alguien vendrá a rescatarnos y tirarnos la toalla antes del apagón.
Pau se encargó de escribir y decir, y componer HUMO, una canción en la que se desnuda como pocos se animan a desnudarse: «A nada le tengo fe, ni miedo, ni fe». Ese anuncio del retorno a la pureza inicial, despojado de todas las condiciones que nos van imponiendo como ladrillos día a día que vamos viviendo. A la mierda las culturas, las religiones, las miradas ajenas. A la mierda la falta de autenticidad, la pose, el comportamiento interesado. La especulación, las traiciones y las permanencias innecesarias. A la mierda el silencio que enferma, la sociedad sin espíritu noble. A la mierda con toda la mierda que cargamos de manera innecesaria y nos van quemando energías que necesitamos para hacer lo que se nos antoja hacer, antes de atravesar la puerta que, indefectiblemente, vamos a atravesar por última vez.
Su libro, «50 palos», es una descripción de la vida en el el borde del precipicio. Y su retiro en la montaña, la decisión de afrontar lo que restaba en el lugar de sus sueños, con los que de verdad le importaban.
La transición hacia la muerte de Pau Donés no empezó el día que se le detectó la enfermedad. Sino antes, cuando empezó a vivir. Cómo nos pasa al resto de los mortales. Los tipos como él, se dan cuenta y nosotros no. Y lo increíble es que necesitemos de enfermedades sin cura para entenderlo. A Pau le pasó, y me cuesta creer que haya que llegar a ese punto extremo para que terminemos de enterarnos.
No se confunda el lector, no estoy aligerando los pesos de la vida ni nada de eso. Estoy contemplando con dolor, que generalmente necesitamos muertes jóvenes para entender que la vida es un asunto demasiado grande como para usarla mal. Para contener las ganas de decir lo que pensamos. Para dejar de perder el tiempo en asuntos que no nos importan nada. En gente que no necesitamos. En ambiciones que no tendrán ningún provecho real.
Ahi nos vemos, corriendo detrás del dinero y el poder, como si eso sirviera efectivamente para algo en la cuenta final. NADA. Y nada vale la pena si no es para hacer que este asunto de la vida sea más agradable. La nuestra y la de los otros.
Hace unos días un amigo twitteaba un fragmento de «Quebrado», la increíble canción de Pedro Aznar, en la que suelta eso de «Miedo de morir, antes de saber vivir». Y es eso. ¿ Que otro sentido tiene vivir, sino gastamos la vida en lo imprescindible? O en realidad, ¿ Qué sentido tiene vivir, sino morir habiéndose gastado?
Cada vez que se mueren los Pau Donés, tengo la sensación de ir tomar notas de los sueños que me quedan por cumplir, o mejor, de lo que no podemos debernos antes de cruzar la imponderable puerta.
No es un asunto de salud, que va. Ni rendirse al hedonista e inútil incendio de aquello del SEXO, DROGAS Y ROCKANDROLL, no. Al revés. La velocidad no implica intensidad. La intensidad no es un asunto de velocidades ni de riesgos, sino de miedos.
Perderle el miedo a morir, es perderle el miedo a vivir. Y vivir sin tantos apuros, tantos compromisos, tantas mentiras y con materias pendientes, es malgastarla.
Al final la puerta estará abierta en el momento que quiera ella. Y se cerrará cuando se le antoje.
Y lo peor que nos puede pasar es atravesarla sin haber entendido de que iba este juego. Pau lo entendió, y tuvo la generosidad de avisarnos.
Probablemente lo olvidemos, como solemos hacer. Ojalá que no, para poder disfrutarla a pleno, nos llegue a la edad que nos llegue, ese asunto de terminarla
«Tragas o escupes» se va a llamar el disco póstumo de Jarabe de Palo. Una buena síntesis de lo que representa vivir. Tragar menos, escupir más, y vivir sin miedo. Gracias Pau. Espero haberlo aprendido.