
Quino nos dibujó un mundo que no veíamos. Con los años fuimos descubriendo que tanto Mafalda, como cada una de sus páginas finales en la revista de Clarín de Domingo, iban desnudando sino todas, casi todas las características de la condición humana.
En las últimas horas, como casi todos, fui revisando cada dibujo, cada viñeta, cada recuerdo que se fue multiplicando y me llamaron la atención dos cosas: nadie discute a Quino, nadie. Y todo lo que publicó, de humor sólo tiene el envase. Adentro todo es sabiduría y una infinita capacidad para comprender el interior humano: Las almas crueles, las injusticias, las diferencias, las instituciones, y cada uno de los sentimientos humanos.
Quino fue un genio. Pero no es un elogio postmortem, no. Quino fue un genio, con una sensibilidad extrema, anormal, que no dejó de señalar nunca dónde es que nos convertimos en bestias. En qué cruces de caminos nos animalizamos, y por qué miserables motivos, nos deshumanizamos.
La muerte de Quino fue un sacudón enorme. Y no es necesario decir lo obvio: que los Quinos no se mueren. Sin embargo estas muertes, nos ofrecen la oportunidad, siempre desaprovechada, de descubrirnos unidos en modelos transversales, en pequeños fragmentos de unanimidad, en ese punto común de concilio, que pocas veces tenemos como pueblo.
Que bella es la Quinocracia. Esa pequeñas ventanitas que nos dibujó Joaquin Lavado, como enseñanza de lo que no debemos hacer, si queremos ser mejores.
La tristeza unificada, la mejor versión de nosotros. La certeza de que seguimos teniendo puntos desde donde redactar un pacto Quínico.