
Sólo el odio, ese sentimiento negro, puede explicar semejante proceso de destrato, destrucción y desprecio por los espacios culturales de la ciudad de Santa Fe.
Hoy se cerró el circulo: la Casa de la Cultura, ese palacio centenario que permaneció abandonado, cerrado y herrumbrado, repleto de yuyos y ratas durante más de dos décadas y que fuera recuperado gracias a una enorme inversión durante el gobierno de Miguel Lifschitz, y a un amor profundo de todo el equipo de la gestión de Chiqui González, no será un espacio de acceso público, ni podrá ser visitado ( tal como se previó al momento de su reinauguración en mayo de 2019) por todos los santafesinos, ni será sede de ningún evento protagonizado por artistas santafesinos. No. El Gobernador decidió, como si eso se pudiera decidir solitariamente, como si entendiera que se trata de una propiedad, como si las obras públicas pudieran ser sólo de uso de los funcionarios, que será sede de «acontecimientos políticos importantes», como la recepción de un embajador europeo. Y no se llamará más la Casa de la Cultura, sino «La Casa de los gobernadores», cómo si se tratara de un asunto de uso personal. Cómo si la inversión y el trabajo- en buena parte de la obra- artesanal, pueda ser sólo disfrutado por los «hombres importantes», por la «casta de gobierno», por los que disfrutan al Estado como un asunto de privados, donde especialmente interesan los negocios, mucho más que el bienestar general.
Es cómo si se decidiera que el Parque Federal sea usado como cancha de golf, por el gobernador. Es cómo si le pusieran alambrado a las plaza de mayo, y la usaran como parque de paseo del mandatario y su familia.
¿Adonde cree que va, SEÑOR? ¿ Qué clase de neomonarquía pretende instalar? ¿ Que uso aristocrático quiere darle a la cosa pública? ¿ En que escuela política aprendió semejante retroceso?
Ya convirtió a La Redonda, ese lugar recuperado para la infancia, para el juego, para la educación, para la imaginación, para el encuentro de la familia, para el reencuentro con los valores que no se compran con dinero, en un depósito de colchones. Otra vez abandonado, otra vez- cuentan los vecinos- con roedores que se aprovechan de la ausencia humana. Usado como depósito, innecesariamente, prolongadamente, inexplicablemente.
Ya convirtió a EL Molino, ese lugar recuperado para artesanos, artistas, creadores, inventores, diseñadores y todos lo ores que representan los mejores valores del alma humana, en un espacio cerrado desde donde sólo funciona un 0800.
Ya dejó de subsidiar y asistir a los centros culturales independientes, ya abandonaron a los actores, a los músicos, a los poetas, a los escritores, a todos los corazones y las cabezas de una ciudad que con mucho esfuerzo, fue saliendo de su icónica condición de ciudad gris y administrativa, para convertirse de nuevo, como en los 60, en una ciudad de luz. Y usted la apagó señor.
¿Y en Rosario? Abandonó de personal al Acuario, ejemplo de piscicultura en toda Latinoamérica, y usted deja morir a las especies únicas, le quita a la ciudad un centro de aprendizaje a los niños, olvida a las decenas de personas que se formaron para convertir a ese espacio en un espacio de atracción turística. ¿ Que tipo de formación tiene?
Y no me venga con la Pandemia, porque su necesidad de destruir, de ocultar, de esconder todo lo que se recuperó, se le nota en la mirada, y en ese desprecio casi animal, por todo aquello que represente lo logrado, ya no por el gobierno anterior, ya no por las gestiones anteriores, sino por la comunidad santafesina que se apropió de ellos.
Es odio, si. Es desprecio por lo que brilla. Es la expresión de su oquedad, de su vacío interior, que sólo se llena con dinero, y que seguramente nunca entendió el valor del arte, en la transformación de un pueblo.
Rompa señor, cierre señor, incendie si puede. Se comporta con los espacios culturales con un odio, que solo tienen los ignorantes.
Pero entienda que todos los dias vemos eso, todos los dias pasamos por esos lugares. Que los santafesinos los recordamos como propios y que más temprano vamos a recuperar.
De las manos de las bestias, que en el afán de ganar, no distinguen nada. Eso se llama ignorancia. Y es una tragedia para los pueblos, ser gobernados por ignorantes.




Replica a NANCY GIMENEZ Cancelar la respuesta