
Se murió. Nadie lo cree demasiado porque tantas veces amagó y salía por la izquierda o por la derecha o por arriba. Salía. O se levantaba después de dar cinco vueltas en el piso.
Dejaba el corazón , y seguía con un pedazo menos. Y cuando parecía que se moría, no se moría. Y creimos que nunca se iba a morir. Porque suponíamos que la zurda mágica iba a eludir cada amenaza, como eludía a cada defensor inglés. A cada patada de Branco, o a cada camiseta del Milan en el Calcio.
Pero se murió. Y no podemos aceptarlo. Porque no podemos aceptar lo que nos resultaba imposible. Porque nos resultaba inmortal. Porque era leyenda. Ya era mito. Y todo lo que un humano no podía ser en vida.
Y entonces lloramos. ¿ como no vamos a llorar? Los que lo vimos jugar en vivo, los que teníamos plena conciencia en el 86 y en el 90, no podemos no llorar. Se muere el único superheroe argentino. Se muere el único que pudo,en el rectangular escenario verde, unirnos como nadie nos unió nunca.
El de las frases espontaneas y eternas: se te escapó la tortuga, me contaron las piernas, la pelota no se mancha y si: La tenés adentro.
El de las canciones que bailamos todos sin distinciones de clases ni colores: «A poco que debutó… MARADO MARADO». El Dieguito que dibujaba la chica de Sabina, el Si yo fuera Maradona, de Manu Chao, después de Santa Maradona de Mano Negra. O La de los Piojos que empieza con esa frase que le hace justicia : «Cae del cielo brillante balón. Toda la gente y todo el mundo ve una revancha redonda en su pie». O la de Calamaro, explicando que si que «Maradona no es una persona cualquiera». Que vulgaridad tan necesaria. No fue una persona cualquiera. Y hoy alcanza con ver las tapas de todos los diarios del mundo para entender que no. Que lamentablemente era una persona, pero que no era cualquiera.
Y se murió Diego. Uno, sino el único tipo en el mundo que se apropió del nombre de pila que ningún otro puede usar. Porque Diego era y será Diego. Y ningún otro Diego lo será por grande que sea. Pregúntenle a Simeone, que usa el Cholo. Los demás son Dieguitos. Nunca Diegotes.
Se murió nomas. Y la verdad es que nadie estaba preparado. Aunque lo imaginábamos. Aunque lo hayamos visto morir cien veces. Aunque muchas veces nos hayamos ido a dormir creyendo que se moría. Y al otro día, otra vez ahí. Otra vez diciendo frases únicas.
El único superheroe argentino. El único con la irreverencia suficiente como para convencer a un pueblo entero de sus condiciones para ser los mejores.
Pero al final era un ser humano. Y lo tratamos como si no lo hubiera sido. Y le pedimos lo que no se le pide a nadie que sea humano. Y lo obligamos a ser lo que nunca quiso ser. Y algunos,me incluyo, se lo reprochamos
Era humano. Y no lo vimos. Se podía morir. Y se murió.
Hoy no hay lugar para nada más que la pena y el recuerdo. Demora la ficha en caer y los agnósticos pedimos que haya cielo. Y que no lo jodan más. Y que por favor, si existe Dios, que le arme una canchita de barro. Y que lo dejen jugar.
Porque Diego hace mucho que no jugaba. Y estaba muy triste.