La inquisición de la progresía bien pensante cayó esta vez sobre Andrés Calamaro, una de las más importantes figuras del rock de habla hispana, y uno de los pilares de la música argentina de finales del siglo XX y XXI. ¿Cuál es el lugar en el que la política se para para cuestionar a los artistas, y con qué autoridad moral? Un debate que alguna vez tendremos que dar, antes de que los Macarras de la moral, nos clausuren las partes incómodas de la historia.


HABLEMOS DE OTRO TEMA, MEJOR NO HABLAR DE ESO

¡ Qué barbaridad! ¿ Cómo se le ocurre a Calamaro hablar de un caso policial, con aristas políticas?. ¿ Cómo se atreve? ¿ Que le pasó a Calamaro? se pregunta inocente, una periodista que desde hace 15 años se gana la vida justificando las chapuzas, los robos y las inmoralidades de un sector de la política argentina, bajo la excusa pueril de que «los malos son los otros».

La política, o al menos los gobiernos nacionales que nos legó la política, han convertido a este país en un cementerio de sueños, y en un campo de privaciones para más de la mitad de la población. La alegoría de pobreza, y la «mística» de «acá hay buenos, que somos nosotros, y malos, que son la derecha, los cipayos y los vendepatria», han causado tanto o más daños que las políticas económicas del menemismo y el macrismo juntos.

El robo, si, el robo y la sistemática defensa de los Boudou, los De Vido y las Cristinas, que no pueden justificar ni sus acciones ni sus fortunas, es un asunto menor al lado de una declaración ¿incorrecta? de uno de los más importantes artistas de este país. Lo mismo cabe para la trágica reforma jubilatoria. Lo mismo para cada una de las acciones inmorales que se sepultan bajo el imperio de excusas sofisticadas como el «lawfare», o algo más vulgares, como los daños colaterales «del modelo».

Y entonces, ante ¡un twitt! del artista, se pone en marcha la máquina de señalar «incorrecciones» con un tono de sentencia marcial, preguntándose desde un púlpito ilegítimo ¿ Que le pasó a Calamaro?

Nada le pasó. Los años y la libertad le pasaron. El camino de sus aprendizajes y sus oscuridades. La claridad que da la mirada más larga, mucho más infinita, que la de un tuerto que sólo mide las cosas en base a elecciones y candidatos.

PERO SIN SANGRE

En este país poca gente tiene autoridad para señalar a los demás. De alguna manera u otra, nuestra infame manera de tratarnos y tratar a los asuntos públicos, nos han convertido en cómplices. Y de eso hay que hacerse cargo. De nuestras elecciones, de nuestras omisiones y de nuestras indiferencias.

Sólo quienes se han ganado el dinero con esfuerzo y sin haberse corrido de sus responsabilidades en cada momento inflexivo de nuestra historia, tendrá razones y escrúpulos para la queja.

Calamaro es un artista, que no se aprovechó nunca de los vientos románticos de los gobiernos de turno. Que nunca, jamás, corrigió su rumbo para ser un artista «querido» y complaciente. Fue integrante de una banda mítica- Los abuelos- y en medio de una tormenta económica se fue a España, sin un peso en el bolsillo, para inventar junto a Ariel Roth, uno de los grupos de rock más importantes de todos los tiempos en la Península, Los Rodriguez.

Tras un éxito desmesurado, no ocultó nunca sus infiernos y regaló tres trabajos que no dejarán jamás de mencionarse entre los elementales de la historia del Rock, más allá de las varas que impongan algunos documentales. Alta Suciedad, el doble Honestidad Brutal, y el séxtuple, El Salmón, definieron una nueva era del rock argentino: el del artista desnudo, el de la carne viva, que sólo conocimos en algunos trabajos de Charly García, post Piano Bar, en Privé de Spinetta, o el más obvio, «Ciudad de Pobres Corazones» de Páez. La obra de Calamaro es casi toda así, es uno de los pocos artistas viscerales constantes del país. Un Punk real. Nuestro Lou Reed mezclado con Cohen, nuestro Cobain a salvo.

Después un largo silencio y encierro. Algunos testimonios del propio Calamaro, nos invitan a creer que la oscuridad fue tanta durante tanto tiempo, que se olvidó de tocar el piano, que perdió la seguridad en si mismo y que si, temió el olvido del público.

Nunca le echó la culpa al país por eso, nunca mezcló el infierno con excusas de incomprensión social, ni inventó exilios. Nunca. Lo «rescataron» sus canciones, el amor del público, y un empujón fenomenal de los Bersuit.

Por eso, no hay nada que reprocharle. No nos debe nada.

¿ Quien bajó a los infiernos para contarlos? Calamaro si.


LA LENGUA POPULAR

Quienes sólo conocen a Calamaro por sus hits, se pierden lo mejor de él, sin duda alguna. Y quienes pretenden de un artista como él, corrección política, nunca entendieron el sentido libertario y profundamente humano del arte.

Los artistas pueden pintar épocas, pueden acompañar procesos sociales, pero nunca, jamás, pueden ser el emblema de lo que demandan las tensiones sectoriales. Ni tampoco se les puede exigir, en la medida que ellos así no lo decidan, que representen nada más que su propia obra.

Alguien mencionó en estas horas a Dady Brieva como contracara de Calamaro. Evidentemente no han comprendido nada: Brieva es un militante explícito, que nunca tuvo ironía en sus arrebatos y que llegó a desear al aire, que le «daban ganas de pasar por encima con un camión a los manifestantes opositores». Calamaro nunca militó por nadie, salvo por la belleza y el dolor, a través de sus canciones. Sus «opiniones» son envíos desde sus redes sociales, y cargados de ironías. No suele expresarse partidariamente, y sus contenidos suelen ser crípticos para quienes tenemos conocimientos básicos de música.

Lo que sí hace Calamaro, y en esto le hace honor a su condición de artista, es desacomodarse de los lugares comunes y de las banderas hegemónicas. No se alinea en los discursos predominantes, y provoca de manera constante. No oculta sus preferencias taurinas- algo que sigue representando a millones de españoles- ni se presenta a si mismo como partidario inflexible de la «corrección política». Nada que no hubieran hecho en sus respectivos tiempos otros artistas. Finalmente de eso se trata el arte, de provocar y movilizar contradicciones en la moral y en las nuevas verdades irrefutables.

«Cancelar» a Calamaro es intentar subordinar y disciplinar a un artista. Nada que no se haya intentado hacer en este país, con todos aquellos que molestan al establishment.

Y quizás sea la hora de asumirlo: el status quo cambió. Las ideas de izquierda, los avances culturales y de derechos, promueven un nuevo orden que no acepta desafíos, y que cuando ocurren, nuestra ignorancia pretende ponerlos en la vetusta pared de «las derechas», «los reaccionarios» o el más insólito de todos, el «facismo».

Hay que bancarse a los Calamaros. Porque hay que bancarse a los artistas vivos. Los comprendamos o no. Estemos o no de acuerdo con lo que digan.

¿ Alcanza con la extravagancia y el desatino para serlo? No. Se necesita una obra, se necesita un talento sideral y una capacidad anormal de sensibilidad con lo que lo rodea. Eso es un artista. Eso es Calamaro.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: