Argentina es un desastre. Es un país que además de tener subdesarrollo, niveles de pobreza y marginalidad difíciles de revertir rápidamente y un sistema económico carente de rumbo desde hace décadas, tiene en sus dos principales figuras políticas, la representación máxima del egoísmo y la indolencia. A esta altura discutir las intencionalidades bondadosas de Macri y Cristina Fernandez de Kirchner, es un asunto exclusivo de fanáticos, con los que no se puede intercambiar ninguna idea.

Millonarios ambos, alejados de la calle y las verdades epidérmicas de una sociedad que se empobrece día a día, en todos los sentidos, parecen obstinados en romper todo aquello que amenace con desplazarlos de la centralidad del poder, y procuran a cada instante- una, provocando internas constantes en su propio gobierno y el otro, obturando cualquier intento de modificación de fuerzas internas- mantener el status quo enfermizo, que es en gran medida, el problema central del país.

¿ Que no lo es? Pues vayamos a los bifes y definamos los números y las estadísticas de un país que no para de caer en su producto bruto interno, en sus niveles de dependencia y endeudamiento, y principalmente en su alejamiento de cualquier proceso de crecimiento que no sea la consecuencia del precio de las comodities y la variación del tipo de cambio.

Ninguno de los dos representa en el pasado ninguna solución a los problemas que tuvimos, y mucho menos, por la complejidad del escenario actual, pueden representar ninguna solución a los actuales.

Los dos, son la resultante del rechazo de una parte del país, más que de la adhesión a sus figuras. Ambos se reproducen como conejos, a partir del temor de unos a ella, del terror de otros a él. Ninguno es la representación de valores que resignifiquen al país, ninguno interpela en serio, ninguno ofrece un programa ni exhibe preocupación real por lo que nos ocurre a todos. Sólo juegan a salvarse, a tomar revancha, a volver, a no soltar.

Los dos siguen alimentando el fuego de un enfrentamiento que no cura ni salva nada.

Una, representando el relato de un «país igualitario» que se consuma detrás de las mitologías de la redistribución ligera de recursos, sólo ejecutada desde la idea del estado de recursos infinitos; y el otro, apelando a la ¿ingenua? idea del liberalismo económico, que sólo espera de las bondades del mercado, excedentes que nunca llegan ni llegarán, en un mundo regulado precisamente por la acumulación y no por lo contrario.

La idea madre, en ambos relatos, de que la solución pasa por un «Lider bueno», que se reserva para si mismo las soluciones que llegarán cuando alguna vez los dejen hacer lo que de verdad quieran, se alcanzan a leer en sus libros. El de ella, Sinceramente, asumiendo desde la sobreactuación de su presunta soledad luego de la viudez y marcando un escenario de presiones constantes que le terminan justificando lo que no pudo hacer. El de Macri, Primer Tiempo, relatando la incomprensión de una sociedad que «no lo entendió» y que no tuvo la paciencia de esperar los cambios estructurales del país, mientras sus «amigos» del empresariado no colaboraron en que lo comprendieran.

Ambos se desentienden de sus responsabilidades finales: en el caso de CFK, nunca explica porque después de tener 12 años de gobierno continuo, con mayorías automáticas y un contexto internacional incomparable, los resultados sociales fueron desastrosos. No desde lo comparativo con el punto inicial de 2003, seguramente, sino desde la lógica de haber tenido el camino liberado para hacer y deshacer desde la comodidad de las mayorias casi plenas. Tampoco explica los niveles generales de corrupción que caracterizaron a sus gestiones ( especialmente las vinculadas con la obra pública y su propio enriquecimiento personal) que terminaron siendo justificados desde la lógica de que » se necesita plata para hacer política, sino a la política la hacen sólo los ricos»; o negándola, desde una presunta organización planetaria de utilización de la justicia, para perseguir a los buenos de la política, popularizada como «lawfare».

Macri, no entendió que su gobierno fue un desastre. Que aunque las variables «heredadas» no hayan sido las mejores, el cargo le quedó muy grande. Que desde la lógica de «las cosas se acomodan solas», no es posible llevar adelante ninguna gestión, y mucho menos pública. Macri armó un gabinete que se pareció mucho a las barras de Tinelli, y nunca puso en marcha ninguna linea de política pública que tuviera objetivos reales de cambio en ninguna de las areas que urgían: ni producción, ni desarrollo científico tecnológico, ni el desarrollo de políticas energéticas y muchos menos, el de acomodar los números para evitar la profundización de los niveles de endeudamiento interno. No, Macri hizo todo lo contrario: endeudó al país de manera desproporcionada, vació al Estado en políticas fundamentales como las políticas científicas, y no generó un solo plan que merezca- a diferencia del Kirchnerismo- el mínimo entusiasmo social. Se acabaron los créditos, se acabaron las inversiones públicas en desarrollo de infraestructura , se liberaron las zonas a los grupos de empresas donde estaba en juego lo estratégico – el caso más claro es Aranguren a cargo de la política de energía- y finalmente, dejó un nivel de inflación superior o similar al que heredó del gobierno de Cristina.

Cada uno, en sus contextos y sus acciones complementarias, nunca convocó a ningún acuerdo nacional estratégico. Ninguno se bajó del caballo del estrellato y la soberbia, y ninguno, jamás, aceptó que la realidad del país también es consecuencia de sus acciones.

El gobierno de Alberto es la consecuencia de ese desastre previo de egos y vacíos. El extravío que nos lleva a denominarnos «europeizantes» frente a un presidente español y a la vez, negarnos a condenar a una dictadura como la de Nicaragua, que persigue y fusila a opositores y estudiantes. La estupidez constante de pretender ubicarse en «ejes ideológicos» que carecen de sustento y futuro, y que de ninguna manera nos garantiza futuros mejores. No se puede pensar que vamos a salir de nuestro encierro participando de grupos de paises que nos ignoran y nos desdeñan. Hay que tener una mirada muy pobre para seguir agitando banderas de adhesion a dictaduras genocidas o gobiernos autocráticos, esperando que la riqueza que le sobre, nos beneficiará. Lo mismo le cabe a los que siguen creyendo que «pertenecer al mundo» y aceptar todas y cada una de las condiciones de los «paises occidentales centrales», aplicando todas las recetas que ya aplicamos durante 50 años de manera casi ininterrumpida, nos permitirá sacar la cabeza y respirar entre ahogos y ahogos. Los dos, siguen diciendo lo mismo, los dos siguen parados en esa lógica de la dependencia, y los dos, siguen arriando banderas adolescentes: una habla de la soberanía y los necesitados- que ella dejó necesitados- y el otro apelando a la idea de la libertad, sin detenerse nunca en los efectos que la «libertad plena de mercado» le generó al país.

Cristina y Mauricio, son la representación viva de la dirigencia incapaz, de la ausencia de planes estratégicos y especialmente de la falta de estatura de estadistas, que le permitan al país, encontrar un rumbo y un horizonte propio. Ninguno de los dos ha probado ser capaz de encabezar procesos de pacificación, de integración social y de algún tipo de crecimiento.

No pudieron, ni pueden con la inflación, y pretenden que la sociedad les crea que pueden con la peor crisis económica de la historia del país, en un trágico contexto de pandemia, y especialmente, en el medio de una transformación sin antecedentes de las reglas del juego de la economía mundial, marcada por la inteligencia artificial y una nueva revolución tecnológica, que como todas las revoluciones que generaron las industriales, demandan cambios urgentes en los paradigmas nacionales.

No es posible un país con conductores que se miran el ombligo, pretenden salvas sus cuentas judiciales con cambios ad hoc en el sistema, por encima de cualquier otra necesidad social u observan con ligerezas- Macri, llamando al Covid-19, «Una gripe fuerte»- procesos dolorosos que dejarán más de cien mil muertos, con suerte.

Ni Macri ni Cristina, pueden seguir representando el pensamiento de las grandes minorías de este país. Ambos contribuyen a profundizar la idea de que «la culpa es del otro», que «no hay posibilidades de conciliación» y que los argentinos estamos condenados a elegir entre un desastre o el otro, como si eso no profundizara los problemas que arrastramos desde hace décadas.

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