Lloro a cada rato. Desde que Horacio Ríos me mandó un whatshap contandome lo que había pasado, no paro de llorar. A veces me quedo mirando el techo y me río. Me acuerdo de algunas cosas que decías con ese tono arrastrado y me río. Anoche leí tu twitter que nos advertía todo: «Veo la vida pasando como un film» pusiste, hijo de puta. Digo hijo de puta tratando de imitarte el tono que usabas para halagar a alguien. Lo consigo en mi mente. Y me brota de la boca: «Hijo de puta, no te podés morir así».

Estabas viviendo tus días de mayor gloria personal. Me lo dijiste hace unos días y me confesaste que estabas muy nervioso por la presentación del libro. «Tengo el quilombo de los alojamientos y esas boludeces». Se notaba que te brotaba la ansiedad en cada palabra. Estabas tan contento que asociaste todo: «vengo tan derecho, hasta le ganamos a Independiente, sin técnico y con esta murga». Era lunes a la madrugada.El lunes a la mañana se lo conté a mis compañeros. Había dormido mal porque me quedé hablando con vos hasta las 3. Por enésima vez te prometí que iba a ir el martes. No cumplí. No sabés cuanto me duele no haber ido.

Tuvimos una «amistad» de 18 meses. Nació de una indignación común. Nació de la soledad que ambos sentimos ante una infamia. Pero yo te quería de antes. Desde que te empecé a seguir en Twitter. Yo te seguía, vos a mi, no. Yo le preguntaba a Facundo y a Horacio si vos tenías algún problema conmigo y ellos me decian que no, que no. Que eras loco, sólo eso. Después lo comprobé. No eras normal. Los tipos normales no tienen la sensibilidad que vos tenías. Te lo dije varias veces, pero vos me ninguneabas. Tus columnas no eran lo importante. Lo importante eras vos.

Al final nos encontramos. Un día me empezaste a seguir- me dejaste de silenciar, como confesaste luego- y tibiamente cruzaste algún Me gusta. Un retwitt era mucho. «Un retwit es como un premio. Vos regalás demasiados. Administrá eso» me recomendabas.

Hasta abril de 2020 fuimos dos distantes conocidos. Y vino un cretino a decir esa barbaridad de los dos, aunque a vos te mencionó con nombre y apellido. Y mientras lo decía, los colegas que lo entrevistaban se reían en lugar de reprocharlo. De mi dijo que era «un operador del socialismo, pasado de cocaína» y ni siquiera repreguntaron. Porque estaban cómodos con Saín. Porque cobrabran de Saín. O porque le tenían miedo. Pero a vos te nombró el canalla:«Maronna, ese periodista bancado por los abogados de los narcos». Y yo me enojé. Y esperé la reacción de todos. Y no llegó nunca. Cagones.

Escribí Maronna. y me mandaste un DM pidiendome el número de telefono. Al rato un whatshapp, y después hablamos. Como siempre, como con casi todos los que hablabas, una hora, dos. Si te interesaba la conversación podias hablar horas. Esa noche hablamos. Del cretino,claro. Pero después hablamos de Spinetta. «Me dijo Horacio que sos fanático de Spinetta. Eso ya es respetable» dijiste. Y empezamos a contarnos los conciertos a los que fuimos. Y después me preguntaste por lo que leía, me preguntaste por Saer. Y al final, como siempre, hablaste de Newells. De tu indignación con el presente . Cada charla con vos era una fiesta, cabrón. Un desafío. Vos obligabas a leer, a escuchar música. Tomabas exámen sin saberlo, enseñabas sin querer hacerlo. Y entonces nos prometimos un café. Había empezado la pandemia. No podiamos viajar.

Lo que siguió se pareció bastante a una amistad. Cruces de whatshapp diarios. Enlaces de canciones en Youtube ( no te bancabas que te recomendaramos Spotify). Libros. Twitters de funcionarios, consultas sobre interpretaciones de mensajes de políticos. Que se yo. Todos los días, siempre había tema. Un día me elogiaste una nota y te dije » boludo, es un honor que digas eso». Y me paraste el carro con elegancia.»Escribiste bien una nota. Una. Es un accidente».

Nos encontramos en el cumpleaños de Horacio. Vos profugado de tu laburo presencial. «No saquen fotos» repetias. La puta madre. Ni una foto de esa noche con vos. Nos sentamos al lado y hablamos. Como hablan dos que se están indagando. 30 de diciembre era. Andabas con ganas de rajarte a Cariló solo. Para terminar el libro que te volaba la cabeza. Y a los pocos dias me llamaste emocionado. «Boludo. Fabian Casas aceptó corregirme el libro. No sabés como me galopa el corazón». Galopaba tu corazón, todo el tiempo. Por las boludeces de la política, por las primicias, por Ñuls, por el nuevo disco de cualquiera, por una nueva novela que habias encontrado. Galopaba tu corazón de niño de Teodolina.

Y me elegiste para que te acompañe a Buenos Aires. Me dijiste que te ibas a verlo a Casas. Que le llevabas el manuscrito. Y yo que estaba en un infierno personal y vos lo sabías, arranqué: «Te llevo, te busco por Rosario y te llevo». No querias que nadie te llevara. Le tenias miedo a la velocidad, a los aviones, a las enfermedades. Peleabas todo el día contra la puta muerte. Pero fuimos. Te rogué que me leyeras algo en el camino y no. El que lo va a leer es Casas. Ya veo que es una mierda, repetias. Hablamos tres horas de cualquier cosa. Pero siempre volvias al libro. Al temor por el exámen con Casas. Te dejé en el Sofitel. «Alojate acá boludo, está regalado». Yo tenía otros planes. Y me fuí.

Me llamaste a la tarde , loco. Feliz. No parabas de repetir que a «Fabián» le habían encantado los textos y entonces había motivos para celebrar. Te busqué y nos fuimos a Puerto Madero, a Marcelo- «las mejores pastas del país, boludo»– y le dejamos el Mobi al empleado del restaurante para que lo estacione. Como si hubiesemos sido Diegote y Coppola en los 90. Eras un chico feliz. «Casas es el mejor escritor argentino del momento y me va a prologar el libro». Y sonreías. No parabas de reir esa noche. Sentados los dos, como millonarios, acodados en la valla que separa la terraza del restaurante con la vereda interna de Madero. Y ahí me contaste quien vivía en cada edificio. Sabías todo lo que un periodista político tenía que saber. Les conocias la vida. Los llamabas a casi todos. Te llamaban. Me contaste de tus notas con Macri. Discutimos sobre el Lole. Y me fuiste preguntando por cada uno de los políticos santafesinos. Escuchabas, aunque no parecía. Pero escuchabas cada cosa que yo decía. Todavía no había muerto Miguel, claro. Y entonces fue uno más en esa conversación.

Al final de la cena,que nos costó más cara que tu alojamiento, sacaste dos hojitas del bolsillo trasero de tu vaquero y me leiste en voz alta dos textos breves. Uno hablaba de los olores de la infancia. Y el otro, la puta madre, de la muerte. Yo hice un silencio y te aplaudí. Y a vos se te llenaron los ojos de lágrimas. Esa noche hablamos mucho de la muerte. Y no sabiamos lo cerca que rondaba. Pero algo había. La noche fue preciosa. Demasiado preciosa, como para creer que la vida te la puede regalar dos veces.

Yo me había separado y entendiste mi tristeza. Después del viaje, me relataste cada paso del libro. «Ya está en imprenta» mensajeaste. Y me llamabas cada noche. Cada puta noche, para saber como estaba. Me recomendabas libros. Me decía que leyera más. Que estas crisis son las oportunidades para que los buenos textos entren por las venas. Y me mandaste «Ultimos poemas en Prozac», de Casas, claro. Acá lo tengo.

Despues vinieron las tormentas.La inesperada y dolorosa muerte de Miguel. «El desbande». La tristeza por la realidad política de Santa Fe. «Nunca vi una cosa así», repetías. Tu bronca por el abandono de Rosario crecía a diario. Las internas, las encuestas, la incertidumbre. Tu desilusión casi total. El desastre del Mono Burgos y la breve ilusión con Gamboa. Pero estaba el libro. Era el primero y me decías que había por lo menos dos más. Uno lo ibamos a escribir juntos y ya estabamos juntando el material: los 40 años de democracia santafesina. Anecdotario de los gobernadores. Historias de Ministros, intendentes y escándalos legislativos. Cada semana me decias: «me acordé de una con Obeid en un restaurante que tiene que estar».

Al final, no lo vamos a hacer. Porque te moriste, tarado. Yo todavía no lo creo. Como tampoco me creo que te hayas tomado veinte minutos el miercoles para llamarme vos y contarme la emoción de la presentación. «Sold out, boludo y te lo perdiste», te jactaste. Estabas radiante, pero en cada foto que veo (ahora) tenés los ojos tristes. Te estaban reconociendo. Por fin. Estabas presentando tu libro, por fin. A tus pies todos, pelotudo.

Y entonces la promesa de que «hay que hacerlo allá» y si, pero después de las elecciones. Yo te mandé una versión de «Dedos de Mimbre» cantado por Nahuel Penissi. «Sensacional. No la tenía», me respondiste. Era el miercoles a la tardecita. El jueves era el día que terminaba la infamia que nos había unido. El jueves lo echaban al cretino que te había insultado.

Y te mandé una captura de pantalla con el estado del expediente. «No zafa» te dije. No voy a decir lo que me respondiste. Eran las 8.14. Tu frase es demasiado dolorosa. Tanto como tus twitts de la noche anterior. Nunca sabremos si lo sabías. Todos a esta altura, sospechamos que si. Que es un guión, Maronna. Que lo organizaste así, para dejarnos perplejos. «El Flaco organizó el concierto de las Bandas Eternas porque sabía que se moría. Capáz que no lo sabía, pero lo sintió» me dijiste. Hoy pienso lo mismo de vos.

Horacio me mandó el mensaje. Después, te lo juro, me quedé mirando la pantalla del celu y no paraban de entrarme whatshapp preguntandome si era cierto. Decenas de mensajes. Alcancé a atender el teléfono a Indiana y ni siquiera dije hola. Sólo le dije «si. es verdad»

Anticipaste que Colón iba a ser Campeón. Y acá te tomaron como bandera. Todos se reían de la cábala. Vos te reías y me calmabas en privado: «Tranquilo, eso nunca puede pasar». Y decias que si ocurría se acababa el mundo. Y se acababa nomás.

Te lloramos boludo. Te estamos llorando mucho. Como se llora a los seres amados.

Vaya guión armaste, Maronna. Merece ser película.

Un comentario en «Vaya guión, Maronna.»

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: