
Los que más o menos están informados saben. El país vivirá en las próximas semanas, circunstancias que mal manejadas, nos pueden depositar en el infierno de la hiperinflación y la multiplicación de la pobreza en tiempo récord. No se trata de un augurio malintencionado. Se trata del vencimiento de los bonos argentinos, por un monto de dos billones de pesos. Bonos que ya no quiere volver a comprar nadie, y que si no se «meten» en alguna caja «amiga», derivarán en una estampida obvia del dólar. Eso es más inflación, claro. Más fuego en el infierno. La dirigencia parece más preocupada por culpar a los otros, que por resolver el asunto, que si se agrava, cada día tendrá menos soluciones posibles.
Y las responsabilidades, aunque les quede cómoda, no son sólo del endeudamiento de Macri. Nuestro problema con el FMI representa sólo un 20 % de nuestros compromisos como estado. El resto es papel picado que los gobiernos, especialmente el segundo de CFK , el de Macri y este final de Alberto, han ido generando para justificar la impresión de dinero, sin otro respaldo que la promesa de pagar «más adelante».
Encima, la pandemia y a guerra. La Pandemia porque generó un nivel de gasto estatal desconocido en todo el mundo. Y porque no hay antecedentes ni manuales que le expliquen a los estados cómo salir después de una parálisis económica de un año. Y la Guerra, claro. Y la confirmación de que sólo los países capaces de exportar más, serán los sobrevivientes de este lío.
Y nosotros tenemos, desde hace varias décadas una fortuna de gas y petróleo debajo de Vaca Muerta. Pero ni los Kirchners, ni los Macris fueron capaces de extraerlos. Y entonces hoy, terminamos agudizando nuestra crisis con una obligación principal: importar gas y combustible. En lugar de vender lo que tenemos, terminamos comprando lo que tenemos, pero fuimos incapaces de extraer. Y no hay forma de hacer en dos días lo que no se hizo en veinte años. Y mientras miramos con desesperación las razones de las demoras en la construcción del bendito gasoducto, lo que nos enteramos es que todo, o casi todo, es interna de palacio, preferencias de proveedores y demoras relacionadas con los egos, más que con las imposibilidades reales.
Y a todo eso, te lo quieren vender como una cuestión «ideológica».
No hay ideología que explique la estupidez de demorar una obra que hoy, nos pondría no solo en un lugar de privilegio frente al mundo, sino que nos devolvería la confianza internacional que no tenemos y que nos hace falta para auxiliar nuestras cuentas en doble rojo.
Durante 16 de los últimos 20 años, gobernó el peronismo «progresista». De ellos sólo queda el relato rancio de la reivindicación setentista. La descripción de un mundo que ya no existe ni existirá, a pesar de las remeras, las barbas y los pelos al viento de algunas caricaturas dirigenciales. No existe ni el tiempo, ni las «condiciones objetivas» de generar un modelo basado en la permanente distribución de los recursos del estado, sin otra devolución que no sea la de los impuestos. Menos aún, la estúpida leyenda de «sacarle» por la fuerza a los ricos, lo «que les falta a los pobres».
Duele decirlo, pero se acabaron las excusas: o definimos un modelo de desarrollo real, que priorice los niveles de inversión privada, o nos vemos en la disolución. El Estado argentino no tiene más capacidad de endeudamiento. No puede seguir subsidiando el consumo, ni pagando salarios a cada desocupado por tiempo indefinido, ni generando programas basados exclusivamente en los recursos del estado, sin que ello tenga devolución real en la economía.
No tenemos moneda. Vamos camino a una nueva disolución monetara. No hay reserva que le permita al peso argentino valer lo que pretendemos que valga.
Mientras la Princesa Cristina, creadora principal de este Frente que gobierna el pais, pretende insistir con políticas de gasto, los pocos cuerdos que le resisten le explican que no. Que es imposible seguir emitiendo. Que no hay forma de pagar los compromisos que ellos mismos asumieron, cuando sacaron la plata de la Anses, cuando tomaron por la fuerza el Banco Central, cuando generaron riqueza falsa con forma de billetes.
Puede que pongan a Eva, a Juana, a Tita Merello en los billetes. Pero seguirán perdiendo valor. Porque no tienen nada detrás. Porque no representan nada en el mundo de intercambio de bienes y servicios.
Al país le llegó la hora del ajuste. Nos guste o no. Nos simpatice o no. Y el ajuste es uno solo: el sinceramiento de los números. La seriedad a la hora de proyectar el modo de pagar los compromisos, y un nivel de exigencia a los «que pueden» que se extreme, y una demanda de mayor paciencia y tolerancia «a los que no pueden». Todo lo que implique volver a fantasear sobre nuestras posibilidades, es agregar fuego.
Ya no se trata de salidas ideológicas. El que lo plantee desde ese lugar o bien es un ignorante profundo, o bien es un cínico repleto de millones que sabe que lo espera un avión en Ezeiza, y que desde el exilio dirá que esto es «la consecuencia de la aplicación de los planes ultraliberales». No es ideológico. Y si lo fuera en algunos aspectos, no podrá nunca ser torcido desde la imposición. Primero porque los recursos son volátiles e imposibles de retener. Y segundo, porque cualquier programa de crecimiento requiere más de estímulos y acuerdos que de peleas.
A exigir que se bajen las banderas de lo imposible. A dejar de prometer lo que no se podrá cumplir. A decir la verdad, aunque duela. Y a hacerse cargo de una realidad que se construyó entre todos los gobiernos que pasaron en las últimas dos décadas en Argentina. No hay otra salida que la demoledora y triste verdad: estamos quebrados y a merced de la voluntad de los mercados que quieran o no comprar nuestros papeles de colores. Estamos a merced de la piedad de los países centrales. Y estamos en el piso, sin haber hecho un sólo deber que nos permitiera pararnos de una manera mejor frente a esta realidad: un gasoducto.
Eso no es asunto de Macri, de los neoliberales, ni de la derecha. Es la consecuencia directa de haber jugado con el Estado, como si se tratara de El Estanciero. No es la dictadura, aunque con ella haya empezado un proceso de empobrecimiento. No es el canje de la deuda, no son las privatizaciones de Menem. Se trata de la consecuencia de nuestras propias estupideces a la hora de administrar el estado y la economía.
Si por el contrario, alguno piensa en su afiebrado delirio, que el camino es un acuerdo con Rusia, China, Irán y Venezuela, habrá que reiterar lo de siempre: a eso lo definen los pueblos, no cincuenta locos que se creen iluminados. Esas ideas, se aplicarán quebrantando la democracia y violando los derechos humanos elementales de la mayoría de los argentinos.
En medio del hundimiento, no hay lugar para fijarse en el color del salvavidas que nos toca. Cualquier opinión sobre colores en medio de la emergencia, no deja de ser una falta de respeto a los que se hunden y no tienen salvavidas. Una acción individual de presunta corrección política, con resultados colectivos trágicos. Dejemos de abrazarnos a los discursos políticamente correctos, porque no hay lugar. Porque no ofrecen soluciones a la profundidad de la crisis, y aumenta de manera innecesaria las divisiones.
Es un país el que está en riesgo, y no es retórica. Son dos billones de pesos sin ninguna solvencia, que vencen en un mes y que van a terminar mostrando la radiografía de un pais repleto de relatos, sin un sólo gasoducto, ni un plan real de futuro.
Y en eso, no se salva nadie de los que nos gobernaron.