
Argentina es un país incomprensible. Sobre la superficie hay casi un 50 % de su población bajo la línea de pobreza. Por debajo de la superficie, una de las reservas más grandes del mundo de gas, petróleo y litio. Un país destrozado a base de relatos ficticios, libretos desactualizados y una dirigencia egocéntrica, que perdió el contacto con la realidad. El Kirchnerismo, y la fábula de un país que ya no es, ni podrá ser. No hay goles con la mano que nos salven. Ni promesas mágicas que se puedan cumplir, ni feligreses que las crean.
No faltarán los que culpen a los otros de nuestra realidad, pero la única verdad es que lo hicimos todos juntos.
No hay más dólares en el Banco Central. No hay recursos para poder pagar las importaciones de energía que se necesita para producir, para transportar y para que la población no tenga frío. Se supone que vamos a pagar, sólo en 2022, casi 13.000 millones de dólares en importar naftas y gas. No hay crédito internacional. Nos queda, apenas, la exportación de granos. Y en lugar de trazar estrategias con el sector que los produce y los exporta, los acusamos de ser «la antipatria».
Nuestra moneda no vale nada. Porque abusamos de ella. Porque el mundo sabe que no tiene valor, porque no tiene respaldo. Y el dolar vale lo que la desesperación argentina soporte.
Se dice fácil, pero no se explica: Desde 2011- Segundo mandato de Cristina Fernández- los argentinos estamos esperando que se empiece a explotar la segunda reserva más importante del mundo en energía, debajo de Vaca Muerta, en Neuquén. Y desde entonces, ninguno de los gobiernos fueron capaces de establecer acuerdos con empresas internacionales para concretar al menos una obra que nos protegiera de los imponderables. Una guerra en Europa nos vino a desnudar.
Otro tanto ocurre con el litio: Se sabe que debajo de nuestro suelo en el Noroeste, existe, después de Bolivia, la segunda reserva de mundo, con una ventaja a favor de nuestro país: Argentina tiene un litio más puro en sus yacimientos ya que la presencia de magnesio es menor y es un momento extraordinario, de extrema demanda del material para producir energía sostenible para la industria automotor y todas las nuevas tecnologías.
Cristina no puede decir que Argentina es un festival de importaciones, cuando el 60% de ellas es la consecuencia de su propia incapacidad para desarrollar políticas energéticas.
En los últimos 15 años no avanzamos en nada. Porque los gobiernos no fueron capaces de apurar y desarrollar acuerdos públicos privados. Porque hemos gestado un manual de obstrucciones al desarrollo, empezando por los niveles de burocracia estatal y de corrupción en las licitaciones. El Kirchnerismo y también el Macrismo en sus cuatro años de gestión, no tuvieron la mínima capacidad para organizar licitaciones claras, transparentes, que apuraran los procesos y comenzaran un cambio en la matriz de desarrollo del país.
Al revés, multiplicaron los niveles de endeudamiento interno y externo. Macri pidiendo al FMI, si. Y el Kirchnerismo tomando créditos billonarios a cambio de papeles de colores sin ningún respaldo, como promesa de pago a diez, a veinte, a cien años. La deuda es una sola. Y cada uno elige contar la que no contrajo.
No hubo reformas fiscales serias, ni gravámenes reales a la renta financiera. Y para «mantener» la calma de la clase media, eligieron repetir la mentira del dólar pisado y barato, a costa de vaciar las reservas.
No hicieron una reforma educativa. No fueron capaces de acordar lo mínimo y elemental, para no perdes dos generaciones que se sumieron día a día, en la miseria.
Eligieron subsidiar la energía de los sectores altos y medios. Regalar el transporte urbano y suburbano de los porteños, mientras destrozaron al resto del sistema en el país.
Ahora 12, 18. Que cada uno tenga un Aire, un coche nuevo. Que viajar sea fácil y barato.
Redujeron a la mínima expresión los controles de seguridad en las fronteras. Y así creció, de manera exponencial, el alojamiento del Narcotráfico. Que si, que trabaja en Rosario, pero que vive en los barrios privados de Buenos Aires, y reparte con comodidad, en el enorme mercado del conurbano bonaerense.
Pero lo que había que hacer, no lo hicieron:
Podríamos tener autoabastecimiento energético y exportar el remanente. Podríamos ser corazón del abastecimiento de baterias de litio para todo el mundo, podríamos estar desarrollando las cadenas de valor de ambos sectores, generando recursos adicionales a los que nos brinda el subsuelo. Podríamos estar vendiéndole al mundo la semilla transgénica que resiste a la sequía y que desarrollaron nuestros científicos del CONICET.
Sólo en esas dos potencialidades energéticas en desarrollo, Argentina podría estar viviendo un momento de gloria. Pero nuestros gobiernos, especialmente los conducidos por el peronismo, han decidido paralizar al país bajo un esquema de disputas absurdas.
Elegimos el consumo, la maquinita, la inflación, el «alguien lo pagará», prometer «el asadito», el «Futbol para todos» y especialmente, la idea de que, en realidad, el tema es que «los ricos tienen la que nos corresponde a nosotros»
Tenemos los mayores números históricos de deserción escolar, después de 20 años de gobiernos populistas.
Tenemos las leyes laborales más arcaicas de toda América Latina, y con ellas, a la burocracia sindical más rica y corrupta. En Argentina es imposible crear empleo genuino para las Pymes.
Tenemos niveles de violencia en crecimiento, y policías a disposición de las organizaciones delictivas, porque son los peores formados y pagados de nuestra corta historia.
Hace dos décadas que elegimos enfrentarnos, acusarnos, clasificarnos, mezclar lo que ocurrió en el 30, en el 50, en el 70 y en los 90 del siglo pasado, buscando correlatos absurdos con el presente.
Generamos un país falso, que termina siempre esperando el milagro del salvador: Maradona nos enseñó que se podía. Todos gozamos de su genialidad individual, con un mal equipo. Y que la trampa era el camino. Y en la política creemos que es igual: Que vendrá él, o ella, o Santa Eva, o Mauricio, o el Papa Francisco, a salvarnos con un manotazo a la pelota y por fin, haremos el gol que nos dará la gloria.
Y no. El sueño populista se acabó. Maradona murió también. Y si se quiere ganar al menos un partido, hay que copiar a los que lo hicieron bien, y pagar los costos del esfuerzo.
No hay salida sin riquezas nuevas. No hay salario universal posible, si no es la consecuencia del trabajo productivo.
A nadie le corresponde nada, porque cada día tenemos menos todos. Y cuidemos a los «que la tienen», porque un día de estos, en lugar de guardarlos en los silos bolsas por unos meses, lo dejan de producir- como ya ocurrió con la carne- y nos quedamos sin la única herramienta valiosa de mercado que nos queda, constante y sonante.
Elegimos perder más de una década en discusiones banales, relatos heroicos falsos, reinstalando enfrentamientos de otro siglo, revisando de manera constante y antojadiza nuestra historia, y multiplicando el poder de quienes son uno de los principales obstáculos para el desarrollo: la burocracia sindical. La que se llevó puesto los trenes, a cambio del monopolio de los camiones. La que genera el costo laboral más alto del mundo. La que se encarga de imposibilitar el desarrollo del empleo privado, a costa de engordar las multimillonarias cajas de sus obras sociales y sus extendidos negocios paralelos.
Se acabó la experiencia populista en Argentina. La Jefa sigue boqueando con el Lawfare. Grabois sigue creyendo que se trata de agregarle sangre a la calle. Alberto abandonó el poder, y ella eligió desentenderse de los asuntos que queman.
No habrá bombardeos a Plaza de Mayo.
Ni civiles golpeando las puertas de los cuarteles.
Ni incendios generados en el exterior como el que le hicieron a Alfonsín en 1989.
Ahora hay que salir por las nuestras, y cada uno hacerse cargo de la que le corresponda. Y cuando los plazos constitucionales lo impongan, claro, elegir a un gobierno que haga lo que hay que hacer, sin esperar ovaciones en los balcones.
No se trata de modelos ideológicos ya. Se trata de un plan de supervivencia. En el que deben participar todos, el peronismo incluido, claro.
A los sectores populares se los defiende dándoles un país donde tengan oportunidades reales. Dónde puedan soñar con crecer. Dónde sus hijos puedan educarse. Y ese país, en el mundo de hoy, demanda decisiones grandes y seguramente dolorosas.
Es hora de la política grande. No de esta novela berreta de poderes y persecuciones. De mitología desactualizada, de goles con la mano.