
Da igual, parece. Sábado a la tarde en Rosario, parada de colectivo. Una mujer muerta, su hija gravemente herida, y un ministro que califica de «atroz» a los hechos, pero dice inexplicablemente «que en esa zona están bajando los delitos». Un intendente que nunca les pide explicaciones a los verdaderos responsables y siempre prefiere tirarle la pelota a la nación o a los legisladores, y elude mencionar a quienes lo dejan solo: el gobernador y su ministro, que pasan por Rosario de vez en cuando, y nunca cuando las balas están matando a los vecinos. Mientras tanto, el presupuesto de Seguridad apenas supera el 10 % de ejecución en Julio, y la responsable de manejar la caja, pone a una hija en un cargo estratégico y la «niña» postea festejos con pizzas y cervezas, en su cumpleaños y en el día del amigo, en su oficina. Realidades incompatibles con las soluciones que la gente demanda.
Rosario es un regadero de sangre. Ya no se trata de «los muertos del narco» en sus ya tradicionales ajustes de cuentas por territorio. Desde hace meses, se repiten asesinatos de inocentes transeúntes, que caen en medio de las balas libres. En zonas donde la policía no acciona, porque según explican ellos mismos » no tienen plata para patrullar».
El gobernador Perotti, aduce estar en «las grandes cosas» y no va a Rosario nunca o casi nunca. Su despacho en esa ciudad permanece semanas sin ser usado. Elude armar actividades oficiales en esa ciudad. No quiere estar allí. Y los rosarinos ya lo saben. No recuerdan en los últimos cuarenta años a un mandatario tan ausente de la metrópoli, en un momento en el que debería pasar más tiempo que nunca.
El intendente, Pablo Javkin, exagera su moderación con Perotti. A pocos meses de cumplirse tres de los cuatro años de mandato del rafaelino, nunca, le recriminó nada en público. Nadie sabe si se trata de una cuestión de mero afecto personal, o si los condicionamientos financieros del gobierno provincial a los recursos municipales juegan un papel extorsivo. En ambos casos, Javkin no para de contar vecinos muertos, y nunca repara en la endeblez de las políticas de seguridad de la provincia.
En dos años y medio, Rosario tiene la mitad de patrulleros en la calle que tenía. No compran autos adecuados, no abastecen de combustible a los vehículos. Cada «gasto» en seguridad se ha convertido en un interminable trámite burocrático que se concentra en una oficina del Ministerio en Santa Fe, a cargo de una mujer, puesta por el ministro Walter Agosto, que no ejecuta nada o casi nada: APROPOL- la organización para gremial de policías- denunció esta semana que en lo que va del año, la funcionaria de logística- Ana María Morel- apenas ejecutó el 6 % del presupuesto para gastos de funcionamiento. Apenas un 1% mensual. Una demora inexplicable, en un área que debería estar sobre ejecutada, que tiene una ley de emergencia de libre disponibilidad de dinero, y que no puede depender de los ánimos de una mujer más preocupada por perseguir a los funcionarios que «filtran información a la prensa», que por abastecer patrulleros.
El mediodía que se produjo el macabro hallazgo de los dos cadáveres en Cabin 9- Rosario- la hija de Morel, Vanessa Suasnabar, a cargo de la Subsecretaría de Recursos humanos del Ministerio, sin ningún antecedente que la respalde para cumplir esa función, colgaba una foto en sus redes, festejando el Dia del Amigo, en la oficina 18 del primer piso del Ministerio. En la mesa seis cajas de pizzas y varias cervezas desparramadas. Ellos sonriendo, como si no pasara nada. Alegres, mientras los medios contaban que dos cuerpos aparecían tirados en un camino rural.
Las fotos del día del amigo, traen otras fotos que ella misma se encarga de hacer circular: el día de su cumpleaños- dos meses atrás- la escena era la misma; en esa ocasión los comensales eran más. Ella sonríe haciendo la «v» de la victoria. Parece mandar un mensaje: «Estoy disfrutando del poder, de los recursos del Estado que mi vieja no gasta en seguridad, y yo la uso para festejar. Jodanse».
El ministro está al tanto de todo, pero no hace nada. Nunca hace nada. Del mismo modo que dijo que el ex Subjefe de la Policía se había ido con el auto oficial a Córdoba a «cumplir una misión secreta y no a una fiesta electrónica», para una semana después echarlo por los motivos que él había negado, con Morel y su hija no hace nada. Falta que diga que las reuniones de la joven Suasnabar son «asuntos claves de gestión que no se pueden hacer públicas». La secuencia lo obligaria a echarla después, pero parece que no va a hacerlo. Aunque las actitudes de Morel y su hija, tengan hartos a policias y civiles. Aunque la propia Morel se ría cuando le dicen algo del ministro Lagna y repita a viva voz en los pasillos: » A mi ese no me manda, a mí me mandan sólo los de arriba».
Hay un gobierno nacional que está ocupado en sobrevivir. Su Ministro de Seguridad, tiene como asesor a Marcelo Saín y sus promesas de enviar fuerzas federales a la ciudad, se parecen cada vez más a las promesas del General Alaís, en Semana Santa de 1987. No van a llegar más Gendarmes, porque hay una decisión política de no ayudar a Rosario. Alberto está peleado con Perotti, Anibal opera en Santa Fe de acuerdo a lo que le sugiere Saín.
El intendente busca, siempre, echar culpas a los que no tienen manera directa de resolverlo. Esta vez prefiere pedirle a los legisladores que le sancionen una ley que le permita designar a los Jefes Policiales. Es una buena idea, pero no es de rápida aplicación. Más rápido es que el Ministerio de Seguridad ponga más plata en la ciudad, más policias, nafta en los autos, pague las horas OSPE, le aumente los salarios a los policias, que ya perdieron con la inflación lo aumentado en 2022.
Más rápido sería exigir que Perotti esté al menos dos dias por semana en Rosario. Atendiendo y visitando las zonas asoladas, viendo cómo la gente está indefensa.
Más rápido es pedir que el más inexplicable funcionario del Ministerio, Director del Servicio Penitenciario Walter Galvez- uno que le festejó con 120 personas el cumpleaños a su hija, en pleno encierro de Pandemia-compre los inhibidores de telefonía celular para las cárceles de Santa Fe, o que le pague a los proveedores para que alimenten a los detenidos y no pongan en riesgo de incendio permanente a las penitenciarias. O que pongan a los presos donde deben ponerlos, y no en comisarias.
Más rápido sería pedirles a los funcionarios provinciales que ejecuten el presupuesto del año, y no guarden la plata para lo que nadie sabe.
Rosario tiene un intendente que pone la cara, si. Pero la pone en nombre de quien la oculta, el gobernador.
Rosario necesita multiplicar por seis el patrullaje. Necesita una policia comprometida, bien pagada, con armas y organización.
Rosario necesita de un Ministro que trabaje y cuya palabra tenga valor. No solamente para la sociedad, sino para sus subalternos, y especialmente para los jefes policiales y los policias de la calle, que son los únicos aliados posibles que tenemos, para darle al menos un combate más igualitario a la violencia.
Con un gobernador borrado, con un Ministro que que no goza del respeto de nadie y que vive ocupado por las internas que le generan sus colegas Corach y Agosto, y con un intendente que prefiere omitir a los dos nombres a la hora de poner la cara frente a la sociedad, es muy dificil torcer el rumbo.
Y entonces, seguiremos contando muertes. Y nos quedarán solo los abrazos al HECA para rogar que las personas heridas no mueran.
Ah, y un dato no menor, y que agrava todo: Con la mayoría de la prensa grande de la ciudad, silenciada a base de amenazas con sacarle la pauta pública, si le dan demasiada importancia a los hechos.
De esto, claro, nadie habla (tampoco).
Ni el tendal de muertos y muertas en la calle, parece conmover a nadie en Casa Gris. Todo se acomoda con el dinero. El que se pauta, el que se guarda Morel, el que no tienen los policías y el que usa Perotti para que el intendente Javkin, no lo mencione nunca, jamás, entre los responsables principales de este desastre que es mucho, pero mucho más grave, que el que sufría la ciudad hace cuatro años.
Entonces, las portadas ponían «ROSARIO SANGRA», con manchas de sangre entre las letras. Y el gobernador, Miguel Lifschitz y su ministro de Seguridad, estaban instalados en la ciudad.