
El Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, de Joan Corominas, dice que la palabra Tilingo -Tilinga o Tilingue- es una formación análoga a «tilin»(onomatopeya de sonido de campana) que aparece a mediados del siglo XIX en boca de algunos españoles y que aproximadamente en el 1900 se transforma en «tilingo» como un americanismo de «bobo». «Tilinguería» sería, originariamente, un sinónimo de bobo.
Sin embargo, y me refugio en las definiciones de un hombre de estirpe originariamente peronista, es Arturo Jauretche, el que en su libro «Manual de Zonceras Argentinas», el que desarrolla con mayor claridad la definición de la especie:
“El tilingo -dice Jauretche- es al guarango lo que el polvo de la talla al diamante. O la viruta a la madera”. De tal modo, el polvo y la viruta resultan el producto de un exceso de pulido o de garlopa. En consecuencia, “en el guarango está el contenido del brillante y también la madera para el mueble. En el tilingo nada.” En otras palabras, en el guarango subyacen latentes los posibles, la vida futura, lo que puede ser. En el tilingo, solo el polvo, lo que pudo ser y no fue: “una decadencia sin plenitud”.
Los diccionarios han definido a la palabra alrededor de lo superficial. Entonces encontramos que un o una tilinga es: «superficial, ridículo y tonto, y demuestra poca inteligencia al hablar», «Mujer u hombre un poco mal de la cabeza. Excéntrica. Dada a actos poco comunes o cuestionables. Incoherente, loca», o directamente «Persona muy preocupada por los pequeños detalles y de otras cosas sin importancia. También persona muy rígida«
Lejos, muy lejos de la bobería inicial con sonidos de campanas, la tilinguería- en todos los géneros- termina siendo el comportamiento superficial, carente de contenido específico, que pretende mostrar inteligencia, excentricidad y rigidez en pequeños detalles, y que muy cerca de la falta de salud mental, se remite a cuestiones banales, como si fueran realmente importantes.
Dicho así, y habiendo reunido todas las fuentes que tuve a mi alcance, puedo afirmar sin ninguna duda que Argentina no solo atraviesa su peor crisis social y económica del siglo XXI, sino que encima, entramos en fase de «Tilingocracia». No sólo nos gobiernan un grupo de tilingos, sino que algunos personajes de la oposición creen que se trata de jugar el partido desde la tilinguería, en lugar de reclamar un urgente retorno a las profundidades de nuestros problemas.
Tenemos un presidente Tilingo. Quizás el más tilingo de todos los que hayamos tenido a lo largo de nuestra historia democrática. No sólo no gobierna, y ha sido desplazado de todas sus responsabilidades, sino que manifiesta en balbuceos, contradicciones que lo ridiculizan. Alberto es un gran tilingo, que en su fase más superficial, demuestra con toda nitidez cómo un incapaz puede llegar con suerte a la presidencia de un país.
Su «fiesta en Olivos», fue la muestra definitiva de su esencia bruta. Sus declaraciones continuas, terminaron confirmando que carece de formación intelectual y que forma parte del club de los que han conseguido tener éxito en la vida, a base de cantar canciones de corte progresista, y saber sacar ventajas de las buenas relaciones. Siempre jugó con quien le convino, hasta que no le quedaron salidas. Creímos que De la Rúa había sido lo peor. Y nos equivocamos: El bueno de Fernando estaba enfermo de verdad. Alberto siempre ha sido así, y así lo elegimos presidente.
La responsable de que Alberto terminara siendo candidato a presidente, es otra enorme tilinga. Se llama Cristina Fernández de Kirchner. Y a su pesar, con el tiempo va demostrando que aquella «Muñeca Brava» que bien representó nuestra Tita Merello, terminó siendo apenas una mujer interesada en sus privilegios personales y familiares, anteponiéndolos incluso a los de las mayorías sufrientes.
A ella sólo le interesa salvar el pellejo, y mantener la impunidad de no tener que dar nunca explicaciones sobre lo acontecido bajo su mando.
En los últimos días ha demostrado su grandilocuente tilinguería con frases y acciones que, con excepción de fanáticos e interesados en estado de desesperación, pasarán a la historia como fragmentos imprescindibles de la crónica de este bochorno que sobrevivimos.
La vicepresidenta está al desnudo: arrinconada por una acusación fiscal- porque eso es apenas lo que pesa sobre ella- ha decidido que si no la defienden, prefiere incendiar el país.
No le importan los dos millones de pibes que comen una sola vez por día, ni la inflación que superará el 100 %, ni los recortes a la atención de personas con discapacidad, ni los efectos devastadores en la salud mental de los argentinos que no sólo sufren la postpandemia sin políticas que los contengan, sino que no pueden ni siquiera imaginar si sus salarios alcanzarán la semana que viene, para llenar las heladeras.
Pero ella dice que el problema de este país, es el «lawfare», y una conspiración en su contra. Y en lugar de defenderse con todos los privilegios que ya tiene- fueros y una fortuna inexplicable- prefiere lanzar a las calles a sus fanatizados tilinguitos/itas/ites , acusar de borrachos e irracionales a los opositores, y si cabe, porque le molesta, poner en dudas la autonomía de una ciudad, porque la policía del Jefe de gobierno, le metió tres cachiporrazos a un grupo de militantes de clase media alta, que pueden perder sus horas laborales en una esquina del paquetisimo barrio de Recoleta, rodeando la puerta de la morada de la señora, que no corre ningún riesgo.
A eso, si quieren, agréguenle los condimentos-absolutamente tilingos- de poner lo que está en juego, en el territorio de las comparaciones con holocaustos, dictaduras, fusilamientos y otras palabras de mucha espesura política, con una investigación judicial que en principio demuestra, que el empresario y amigo personal de su extinto esposo, creó una empresa de construcciones diez días después de que Nestor ganara las elecciones, y se quedó con el 78 % de las obras públicas de Rio Gallegos. Sin antecedentes, y comprando bajo mecanismos de extorsión, a las empresas competidoras.
No sólo eso: los fiscales dicen que el dinero que acumuló el empresario, fue a parar al patrimonio de la presidenta.
Ella prefiere no responder a esas afirmaciones, no hace referencia al tema y aduce ser perseguida por los «poderosos», como lo hicieron con Evo o con Lula.
Tan triste es la realidad, que Lula prefirió ignorarla.
Pero lo dramático no es sólo la tilinguería oficial. En la oposición, algunos creen que se trata de sumarle tilinguería opositora y entonces avanzan sobre la idea de que lo que está en juego en esa esquina de Recoleta es importante.
En lugar de ignorarlo y exigir que se pongan a trabajar en lo que acucia a las mayorías, eligen montar operativos de seguridad desproporcionados, pelearse públicamente por las falencias de esos mismos operativos, y llegar a medir públicamente sus «fortalezas», como se miden los tilingos el tamaño del pene.
En eso anda una de ellas, Patricia Bullrich, peleándose con el Jefe de Gobierno, Horacio Rodriguez Larreta.
En eso anda, el ex ministro de De la Rúa, Ricardo López Murphy, lanzando inapropiado dramatismo en twitter, diciendo que «son ellos o nosotros», como si no existiera una enorme mayoría silenciosa que no se siente partícipe de esa contienda, ni percibe que en ese conflicto de tilingos, se esté jugando su futuro.
La lista es mucho más larga, incluye a gobernadores que ahorran en lugar de aumentar salarios docentes, o que modifican las reglas electorales, dependiendo de sus necesidades inmediatas.
La política propiamente dicha, la política relacionada con el Estado y con sus órganos de gobierno y de poder, requiere de mentes lúcidas y ocupadas en resolver los asuntos más graves, que son muchos y se agravan cada día. No es admisible, entonces, que lo pongamos todo el tiempo en manos de tilingos.
Los efectos, las consecuencias, inundan no sólo los bordes de nuestras vidas sino sus entretelas. Todos vamos a tener la triste tarea de levantar los cheques sin fondos, que libra la tilinguería en su paso por los gobiernos.
Los Tilingos agravan todo y van dejando un tendal de calamidades. Y esto es así porque -aunque duela asumirlo – hay en la sociedad argentina, una fascinación por los declamadores, por los desmesurados, por los histriónicos, por los superficiales, es decir, por los tilingos. Y los tilingos encuentran seguidores. A veces, fervorosos, que les inventan, les atribuyen, aptitudes sobresalientes, que les sirven a los tilingos para soñar con perpetuarse en el poder y tener las manos libres para poder ejecutar -con el silencio cómplice o el ruido que se ordene- de millones que les celebran las tilinguerías. Aunque en ellas, se pretendan llevas puestas a las leyes, a la división de poderes, o a las libertades individuales.
Argentina es un país sin proyecto, en el que reina la tilinguería: La tilingocrácia.