
No habrá manera de que una parte (muy grande) de la sociedad, se saque de la cabeza que el intento de homicidio de CFK, fue un invento de su propio sector, para victimizarla más. Tampoco habrá manera de sacarles de la cabeza y del discurso a los militantes K, que detrás del fallido atentado hubo un complot de «la derecha» o que es el resultado de la instalación de lo que ellos definieron como «el discurso del odio».
«Cuando rajes los tamangos
Buscando este mango
Que te haga morfar
La indiferencia del mundo
Que es sordo y es mudo
Recién sentirás»
Desde hace 40 años los argentinos vivimos bajo las reglas democráticas. No tenemos problemas raciales (profundos), no existen enfrentamientos religiosos, y algo más: no hay violencia política. Porque los argentinos conocimos la violencia política, a través de la Triple A y las organizaciones guerrilleras peronistas y de izquierda. También conocimos, y vaya si lo hicimos, el peso de una dictadura genocida.
Nada de eso ocurre hoy en Argentina. Sin embargo, nos inventamos motivos para quedarnos parados en este lugar sin esperanzas inmediatas para el 70 % de los que tienen entre 18 y 25 años. Que se quieren ir, porque acá no hay proyecto personal posible.
No hay manera de salir de esta sensación de ciénaga, con una conducción política encerrada en sus propios egos, sus propias necesidades y sus microclimas de ovaciones incondicionales. Eso le cabe al Kirchnerismo, claro. Pero también a la oposición, que se empecina en agravar el clima, creciendo sólo desde la hostilidad y la descalificación, y no desde las promesas de salidas concretas y viables.
Si algo nos faltaba, era que alguien quisiera matar a CFK. Porque hasta ahora, es lo único que sabemos.
A CFK la intentó matar un chico que acercó la pistola a menos de diez centímetros de su cara. Había cien custodios pagados por el Estado, y ninguno actuó como debía actuar en esas circunstancias. En lugar de «empujarla» hacia adentro ante la eventualidad de un nuevo disparo desde otro lugar, la vicepresidenta parece no haber notado lo ocurrido, y continúa en la vereda durante SEIS MINUTOS, firmando libros y saludando a sus seguidores.
A CFK a quiso matar un chico neonazi, que apareció (al menos) siete veces en Crónica, sin vínculos aparentes con nadie. Llevaba un teléfono, que una vez secuestrado, se borró. Lo borraron accidentalmente los peritos de la PSA, que lo intentaron abrir en la sede de Ezeiza.
Por si eso fuera poco, al detenido «le borran» las redes sociales. El no pudo hacerlo, porque se encontraba incomunicado, y sin acceso a ninguna tecnología. ¿ Quién lo borró? El responsable de la seguridad de la presidenta es el mismo que debía custodiar el teléfono: se llama Aníbal Fernández. Con la excepción de Hebe de Bonafini, que fue llamada al silencio de manera inmediata, nadie le reclama lo obvio: su renuncia.
Verás que todo es mentira
Verás que nada es amor
Que al mundo nada le importa
Yira, yira
Y en este lodazal, todos -con el derecho a la duda que nos ofrece la vulgaridad de algunos hechos- tenemos nuestra propia «posta». A todos nos llegan fake news a los teléfonos, a todos nos dan razones para dudar o confirmar lo que ya creemos desde antes de que los hechos ocurrieran.
La diputada provincial santafesina, Amalia Granata, lanza una escandaloso Twitter :»Todo es un montaje», dice. Sin dar ninguna prueba. Nadie se detiene a exigirle eso, que es lo que corresponde. Le piden la renuncia. Nadie le pide la renuncia a Aníbal Fernández que no puede explicar nada de lo ocurrido, pero si a una diputada que lanza una acusación, sin explicar las razones.
La decisión del presidente de decretar un feriado nacional no contribuyó a darle credibilidad al asunto. La falta de convocatoria a la oposición que se había solidarizado con la vicepresidenta, tampoco. La plaza partidaria y el reguero de acusaciones banales a todos los que no comulgan con la «teoría del lawfare permanente» contra Cristina, menos.
Entre el gatillazo fallido y el feriado, no aprovechamos el momento para exigir el esclarecimiento. Elegimos seguir peleando, ahora con un casi magnicidio, adosado.
El oficialismo monta un nuevo discurso: la contradicción será desde ahora, entre «El amor y el Odio», un asunto sobre el que cualquiera puede opinar. Al final, desde nuestra infancia sabemos de qué se trata ese asunto. Antes era «el modelo», ahora se trata sólo de amor. ¿Amor a quién? ¿Odiar a quién y por qué? Las respuestas en un móvil radial son rabiosas. Hablan de amor, pero enseguida desatan cataratas de acusaciones sin ninguna precisión. Todos somos acusados de «generar odio» en una sociedad que cada día parece más ensimismada por otros asuntos, mucho más importantes que la suerte de la vicepresidenta. Antes la militancia hablaba de política, ahora todo es tan banal y berreta que terminamos acusándonos de amar u odiar.
Hay otra orden pública: «hay que repudiar como corresponde», sino no vale. Sino es odio. No se entiende: si repudian se enojan, si no lo hacen los señalan. Nadie tiene obligación de decir lo que no quiere decir. Sin embargo, se reclama.
Aunque te quiebre la vida
Aunque te muerda un dolor
No esperes nunca una ayuda
Ni una mano, ni un favor
Los teléfonos móviles se llenan de memes graciosos. Todos nos reímos. La única riqueza que sobra en Argentina es el humor. Nadie cree en nada, y nos convertimos en un país cínico.
Ese cinismo se convierte en un impedimento: Nos negamos a hablar de hoy y de mañana, y todo, absolutamente todo, está atado al relato positivo o negativo del pasado, como si de verdad lo necesitáramos. Cómo si fuera posible la unanimidad, como si no fuera tarea de la historia, si la justicia no alcanza.
Los problemas de hoy son mucho más graves que el destino judicial de la vicepresidenta. Pero la vicepresidenta no lo acepta. Hoy un diputado lanzó la idea de que «si queremos la paz social, hay que anular la causa Vialidad». Bingo. ¿Cómo? ¿Quién lo haría? El pedido es absurdo. Mañana comienzan los alegatos de las defensas. Faltan los argumentos que demostrarán que son inocentes. ¿No confían en sus argumentos?
Carlos Nino hablaba de la anomia para explicar al país, un país fuera de la ley, siempre que puede.
Todos consternados, acusando y lo único que importa deja de importarnos:
En Argentina hay dos millones de pibes que comen una vez al día… Sin embargo, la principal preocupación del gobierno es la presunta persecución judicial- mediática y política contra una funcionaria que parece apartada de su mismo gobierno.
Agosto traerá, de nuevo, casi un 8 % de inflación. En lo que va del año, las fallidas políticas de los tres ministros no han podido frenar la máquina de licuar el poder adquisitivo de la clase media. Dos tercios de los trabajadores dicen que no pueden cancelar todos los gastos fijos de su casa. Pero estamos discutiendo un atentado, que encima parece condenado a no ser esclarecido nunca, por fallas- inexplicables- de la justicia y la Policía Federal. Del mismo modo en nunca sabremos quienes volaron la AMIA, la Embajada de Israel, qué le pasó al fiscal Nisman o cómo se enriquecieron lo que no pueden explicar nunca sus riquezas, y dicen que son perseguidos, cuando se los investiga.
Tenemos reservas de todo tipo, menos de dinero. Nos sobra por debajo de la tierra el petróleo, el gas, el cobre, el litio. Nos sobran condiciones objetivas para desarrollar todas las industrias que se nos ocurran.
Podríamos discutir una ley de educación pública que ponga a todos los pibes en doble turno, en las escuelas. Que los saque de la calle y los prepare para competir, en un mundo donde quien no tiene conocimiento está condenado a la esclavitud de las sobras.
Pero no. Nos seguimos peleando como chicos. Nos acusamos de no amarnos. A eso ya lo dijo cien veces el Pepe Mujica. Por eso en Uruguay el presidente Lacalle Pou, toma una cerveza en la barra de un bar a la salida de la casa de gobierno, y en argentina ningún presidente o ex presidente, se anima a salir a la calle a caminar.
El tiempo pasa y la gente se cansa. Se cansa de los relatos y se cansa de vivir en un país que no le da chances al 99% de sus habitantes. Se cansa de no poder pagar, de pelear, de ver pelear. Se cansa del desprecio por el esfuerzo del otro. Se cansa de ver como siempre terminamos pagando la fiesta de los errores de los otros, que además, siempre funcionan como excusas para no hacer lo único que tenemos que hacer: un pacto urgente, que imponga temas de Estado, y que ningún gobierno las pueda modificar por 20 años. Como lo hicieron todos los demás países de América Latina.
En lugar de correr hacia esos objetivos, siempre volvemos a los mismos lugares lúgubres, donde nada es verda y nada es mentira. O peor, todo es un loop insoportable de medias verdades y medias mentiras, que sirven para acusar de nuestros males al otro. A los otros. A los demás. Nunca a nosotros mismos.
Por eso somos lo que somos hoy: un país pobre, con una desigualdad inexplicable y una enorme incapacidad para promovernos un sueño común. Más allá de todas las diferencias que se quieran tener. Por eso, ya no le importamos al mundo. Porque el mundo, yira y yira, sin detenerse. A pesar de CFK, de su juicio, e incluso, de la bala que por suerte no salió.
Cuando estén secas las pilas
De todos los timbres
Que vos apretás
Buscando un pecho fraterno
Para morir abraza’o
Cuando te dejen tirao
Después de cinchar
Lo mismo que a mí
Cuando manyés que a tu lado
Se prueban la ropa
Que vas a dejar
Te acordarás de este otario
Que un día, cansado
Se puso a ladrar
Las letras corresponden al Tango: Yira Yira, de Enrique Santos Discepolo