
Anoche «acompañé» a mi hija de 15 años a ver a C.Tangana. Y quedé tan perplejo con lo que ví, escuché y sentí, que quiero escribir sobre eso y sinceramente no encontraba la manera de empezar. Hasta que el azar del scrolleo me topó con un hilo de Twitter de @matifer (Matias Fernandez) , a quien no conozco, pero que desde hoy seguiré sin ninguna reserva.
El tipo dice en su primer Twitt:
Ayer fui a un bar, que en realidad era una misa, un tablao de flamenco, una cena entre amigos, un videoclip, un show en Las Vegas, una filarmónica, una compañia de teatro y una película. Ayer fui a ver la creación de @c_tangana. Decirle recital no sirve. Voy a intentar explicarlo
Impecable. Lo de C.Tangana fue todo eso, y llamarle «concierto» o «recital» sería una falta de respeto y rigurosidad. Recital, dió Calamaro el sábado a tres cuadras de mi casa. «Show», fue el de los Coldplay. En fin, lo de este madrileño, requiere de una explicación difícil, porque las sensaciones no son sencillas de expresar en palabras, cuando te sobrepasan.
C.Tangana era un buen productor musical. El «mundo» lo conocía más por haber sido el autor y productor de aquel disco de Rosalía, que impactó tanto. Mientras tanto, él, era apenas un cantante más, un muchacho que se apodaba «Crema», y hacía música que se asociaba casi exclusivamente al Trap o esos nuevos géneros urbanos que se dividen en mil nombres.
Hace dos años rompió todo con un disco que lleva el nombre de «El Madrileño». Y cuando lo escuché por primera vez, entendí que nunca había escuchado nada igual. Que sí, que es flamenco mezclado con sonidos pop y que a eso ya lo había inventado Ketama, o el propio Alejandro Sanz. Pero acá había otra cosa. El sonido es novedoso. Su voz es novedosa. Sus letras, llevan una crudeza descriptiva sobre el amor, el abandono, el éxito, la mierda humana y todas las aristas del charco del show bisnes, cómo nunca antes se habían descripto.
Que si, que también habla de follar, que entra en las curvas de los camelos neutros y suenan bases y (algunos) ritmos de los que suenan en las fiestas adonde nos sentimos viejos los que todavía nos creemos jóvenes. Pero en el medio aparecen guitarras flamencas virtuosas, cante gitano que te parten el corazón ( Tu me dejaste de querer) con el Niño de Elche y la Húngara , alguna balada rock hilarante y bien oscura con nuestro Andrelo ( Hong Kong) ó una canción increíble con Jorge Drexler ( Nominao), o una rumbita caribeña, que hace con el mítico cubano Eliades Ochoa.
Después hizo un especial para la tele que llamó la Sobremesa, y ahí los metió a Kiko Veneno , haciendo Los Tontos, y al gran Antonio Carmona, con el que flamenquearon para cohacer «Me maten», una canción nacida para ser inmortal para el Flamenco.
Y mucho más. Para eso vayan al disco o a Spotify.

Mi hija se fanatizó con el disco, pero más con C.Tangana, el «Pucho», como le dicen sus amigos. A mi sus canciones me gustaban, pero… ir un martes a la noche a Buenos Aires, pagar hace seis meses un buen dinero para plateas en el Movistar Arena, no me resultaba muy emocionante. Pero ya sabemos, las hijas… Y en abril sacamos las entradas, y ayer, después de la amargura de Argentina con Arabia Saudita, partimos a su encuentro.
Y no, como dice Matias Fernandez, no era un recital. Ni yo esperaba ver lo que terminé viendo, escuchando, sintiendo en el cuerpo.
Y acá le «robo» otro texto a @matifernandez
El formato del show es literalmente un recital hecho una película. Arranca con el título y termina con los créditos en una pantalla gigante. Tiene cada escena pre definida y un director de cine. Lo impresionante, es que es una película hecha en vivo.
¿Cómo? Si. Cuando se abre el telón, lo que encontramos es un bar, seis mesitas redondas de bar con una lámpara cada una. Detrás, a la izquierda un noneto de cuerdas, si, un noneto. Y a la derecha, uno de vientos. Todas las cuerdas, todos los vientos. Adelante, y a la izquierda, un set de máquinas con teclados. Y a la derecha, uno de percusión. Arriba, un enorme mesón español. En el medio, y hacia el público, una pasarela de rock. Y encima de todo, una enorme pantalla típica de concierto, que no se usa como en cualquier concierto. ¿Por qué? Porque durante cada canción, C.Tangana es protagonista de un videoclip preciso, exacto, perfecto, que se va «rodando» y emitiendo en la pantalla. ¿Adónde miramos? Me pregunté diez veces. Era imposible ver todo, era imposible no perderse los detalles.
Matías vio lo mismo, pero lo dice mucho mejor que yo
Es una especie de Aleph, porque la música, la película, la obra de teatro, el baile, que son todas cosas que suceden en simultaneo y en paralelo al mismo tiempo son una sola cosa que sucede afuera y adentro tuyo a la vez. y agrega: No fue 1 recital. Cada tema era un recital en sí mismo. Puede arrancar pareciendo Kanye e irse al flamenco, un show de Elvis Crespo con el Duki, unos acordes y luces de neon + fondo negro como Daft Punk, un rock calamaresco o hacerte corear tipo Los Palmeras. Todo siendo él mismo
Treinta eran, entre músicos, bailaoras, un actor que interpretaba a un mozo y que iba sirviendo hasta terminar totalmente borracho, la peli se proyectaba y aparecían, sin mediar anuncios, «Sabor a Ti», a capella, convertidos en coro gospeleano, «Besame» de Elvis Crespo , pero mucho mejor que cómo la hace la banda de Crespo, y las 15 mil personas que estábamos en el estadio bailábamos con el desenfreno que bailaban ellos en el escenario, mientras iban mostrando- entiendo que con estrictas indicaciones artísticas- los efectos de una borrachera colectiva que sólo invitaba a seguir celebrando mucho más.
Si su disco es uno de los más importantes de la música popular de habla hispana en el siglo XXI, supongo que su «show» merece estar en el mismo lugar.
C.Tangana o Pucho, o Antón Álvarez, tal como lo bautizaron sus padres, vino a Buenos Aires a presentar su disco, pero, además, a trazar nexos generacionales. A demostrarle a los chicos que sólo escuchan trap o se conforman con la performance de un DJ, que la música es una bella combinación de sonidos. Que los músicos en los escenarios, además de bailar y seducir, tocan y cantan maravillosamente sin necesidad constante de procesadores de voces, y esencialmente, que la estética es valiosa y completa el arte musical, que la tecnología produce maravillas visuales cuando nos convierte en lucecitas, pero que la música, los músicos, siguen siendo el corazón de todo, lo más importante. Se toque lo que se toque, se cante lo que se cante.
Salimos maravillados del Movistar Arenas. Mientras me iba, miraba la vieja cancha de Atlanta, encajonada al lado del monstruoso edificio y pensaba: Siempre habrá quienes se encarguen de rescatar lo bueno, de remodelarlo, de embellecerlo. C. Tangana vino al mundo de la música a sonar como quiere, claro, pero a rescatar y a difundir las maravillas que el mercado olvidó, y que nuestros hijos consideran ajenos. Y a que nosotros, también escuchemos «lo nuevo».
Cierro con otro twitt robado a – ahora lo sé, porque me lo acaba de informar- este (para mi) desconocido dueño de una empresa de estrategia y comunicación que se llama Pública, Matías Fernández:
He ido a muchos recitales, no soy un erudito en cine, fui poco al teatro, algunos museos, una vez a la ópera. Pero tengo que decir = que esta experiencia es de lo más alto que se puede aspirar en eso que llamamos arte. Es lo máximo de muchas disciplinas a la vez y te atraviesa. La verdad, una experiencia para toda la vida. Cada vez que me acuerde de ayer, voy a sonreír y voy a pensar que se pueden hacer cosas increíbles, que dan placer, que generan emociones tremendas y positivas en miles de personas y que las hacen personas normales y agradables.
Así nos fuimos todos, algo transformados. Unidos por el placer y la conmoción de la belleza. Allá adelante iban mi hija y su amiga, con su camiseta del tour, con una felicidad plena, diciendo cosas que se parecían a «esto es lo mejor que vi en mi vida».
Tiene 15 y me cuesta mucho admitirlo, no sólo lo es para ella, sino también para su mamá y para mi ( que como Matias, vimos centenares de «recitales») y que tenemos 54: Será muy difícil que vea muchas cosas superiores a las de ayer. Ojalá que sí.
Se le dice arte.