No puedo opinar sobre el caso de Jey Mammón. No conozco el expediente, no tengo conocimiento directo ni indirecto de los hechos, ni tengo otro interés – que no sea la defensa de la infancia y la niñez- que me obligue a sumergirme en toda la oscuridad humana, que se ventila en las redes y en los medios de comunicación desde que se hizo pública la denuncia de la presunta víctima.

Vi los videos de la denuncia y ayer, el descargo público del conductor. Mi conclusión, en medio de tanto ruido, es simple: no sé, no conozco, no tengo derecho a hablar del tema ni reproducir sensaciones. Porque lo que tenemos, casi todos, es una observación subjetiva, carente de solvencia informativa y absolutamente ajena.

Pero hay algo que me hace ruido y me angustia: ¿Cómo es posible que estemos discutiendo y ventilando opiniones sobre un tema que desconocemos, y que, en el andar de la discusión, no veamos el daño directo que estamos haciendole a alguna de las dos personas involucradas en el hecho?

La tan mentada revictimización, cuando exponemos todo el tiempo al denunciante. Y el daño irreparable que le ocasionamos al denunciado, para el caso de que al final, siga siendo inocente.

No necesito exhibir el título de abogado que tengo, para comprender que, ante cada opinión banal, ante cada interpretación de lo presuntos hechos, ante cada respuesta de personas ajenas al tema, ante cada debate abierto que se abre en redes sociales, lo único que se va perdiendo es el derecho que todos tenemos a ser considerados inocentes, hasta que se demuestre lo contrario.

Porque hay que decirlo sin vueltas, aunque la cultura de la cancelación se apure a sancionarnos, fuera de contexto: Las personas acusadas públicamente por delitos graves o gravísimos, como son los relacionados al abuso sexual y especialmente al abuso sexual de menores, pierden inmediatamente su inocencia, aunque la tengan. Y no se trata, repito, de proteger a los abusadores. Se trata de entender que la gravedad de las acusaciones, requieren solidez de pruebas. Y que mientras existan dudas sobre la realidad de los acontecimientos, no tenemos derecho a consumar condenas sociales, que, a efectos de la vida social de una persona, equivalen a sentencias judiciales.

Creo que los tiempos de velocidad excesiva en la circulación buena y mala de la información, nos demanda mayores niveles de responsabilidad, y aún más cuando de lo que hablamos es de delitos graves.

El abuso, la pedofilia, la violación, y todos aquellos delitos que burlan los derechos a la integridad sexual de las personas, mayores y menores, demandan en principio un nivel mayor de discreción a la hora de dar nombres.

La revolución feminista, trajo consigo la incorporación de un valor supremo: debemos creerles a las víctimas, y eso, afortunadamente, se va fue incorporando a nuestra conducta, repleta de prejuicios sobre las mujeres y la sistemática vulneración de sus derechos.

Pero a la vez, trae aparejada una ola de consecuencias colaterales que muchas veces, no la mayoría, puede cometer la peor de las injusticias: que una persona inocente, sea condenada por pura presión social, por encima de las evidencias y las pruebas que lo certifiquen.

Que una persona denuncie a otra, no implica que esa otra sea automáticamente culpable.

Que esa persona, que aún no es culpable, sea expuesta públicamente, que su nombre corra por la boca de extraños apurados por hacer justicia desde la cocina de casa, o desde una mesa de opinadores televisivos, no deja de ser una brutal violación a sus derechos. AUNQUE DESPUÉS RESULTE CULPABLE.

La sentencia DEFINITIVA, es la manera de desterrar las dudas jurídicas sobre una persona. Nos cansamos de escucharlo cuando los involucrados son dirigentes políticos, y se tironean las interpretaciones de las acciones de jueces y fiscales.

Una persona vuelve de acusaciones menores, de corrillos relacionados a sus acciones como funcionario, o de sus malas acciones en los ámbitos privados, cuando vulnera los derechos de los otros. Pero en el caso de los delitos de abuso sexual, no.

La marca es eterna. Y la divulgación de su eventual inocencia, no repara luego el daño psicológico que implica ser sometido a una acusasión brutal, que los pone en la mirilla de los rifles automáticos, de los nuevos dueños de la moral ajena.

Lo de Jey Mammon es un abuso. Es acusado de un delito que ya fue juzgado por aplicación de la ley más benigna. La prescripción de la denuncia que se le formulara en 2020 no es un capricho el juez. Es un derecho que le asiste al denunciado. Esa «falta de mérito» no implica su inocencia, es verdad. Pero mucho menos su culpabilidad.

Las victimas tendrán el reparo posible, si la justicia actúa y sentencia.

Los victimarios igual: si hay responsabilidad penal, tarde o temprano, será condenado.

Ese tiempo, seguramente al paso lento de la burocracia penal, demanda paciencia y una enorme cuota de responsabilidad social.

Así como debemos creerles a las víctimas, debemos ser respetuosos con el derecho a la defensa y el principio de inocencia de los presuntos culpables.

Sino estamos haciendo lo mismo que le reprochamos. En un grado menor, si termina siendo culpable. Pero brutalmente mayor, si al final es inocente.

La ignorancia, cree que todo lo sabe. Y en esa convicción, impune y dañina, vemos cometer delitos gravísimos contra el honor de las personas, que son muy difíciles de reparar. PORQUE NO HAY DINERO QUE REPARE EL HONOR, CUANDO HA SIDO DAÑADO PROFUNDAMENTE.

Tenemos que dejar de hacer circular nombres, si esos nombres aún no han sido (por ejemplo) denunciados en sede judicial.

Y si han sido denunciados, debemos recordar que esa condición no los condena.

Tenemos que frenar el festival del morbo, que iguala a los periodistas con los twitteros.

Yo no sé si Jey Mammón es culpable o inocente. No lo sé. Y mientras no lo sepa, debo respetarle a ese ciudadano, su inocencia.

Si es culpable, habrá tiempo para la condena. Con lo que esa condena implique: prisión y la nueva modalidad de la muerte civil, que se llama cancelación.

Y si es inocente, no habrá tiempo ni espacio para devolverle la vida.

Lo mismo le cabe al resto de los nombres «populares» que circulan en las redes, sin que haya denuncias, acusaciones, ni prueba que las sustenten.

El periodismo cumple una función FUNDAMENTAL en esta historia. Y de la manera en que abordemos estos temas, dependerá en gran medida, la integridad de los derechos que se pisotean en las redes y en algunos estudios de TV.

Paremos con el festival de la ignorancia, recordemos que el principio de inocencia rige para todos, incluso para nosotros que no sabemos cuándo podremos necesitarlo, y en este estado de cosas, no parece que nadie nos garantice tenerlo.

Un comentario en «Jey Mammón, la muerte del principio de inocencia y el festival de la ignorancia»
  1. Comparto lo expresado en este artículo. Apreciaré me envíe el link del que, del mismo tenor, probablemente escribió cuando el acusado era Juan Dartés. Gracias y saludos,

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