Antes que nada, una obviedad: Fito Páez es uno de los más importantes artistas populares de la América Latina, y de todo el mundo hispanoparlante. Lo dice su exquisita recolección y síntesis de estilos musicales que se convirtieron en un nuevo estilo, el de Páez. Lo dicen sus letras, coreadas por las populares y por millones de personas que mientras las cantamos, cantamos nuestras propias existencias.

Otra aclaración, pero personal: soy fan incondicional de Páez desde Del 63 y he comprado todos sus discos: En Casette del 63 y Giros, en CD desde La, La, La  hasta Locura Total  para rendirme luego a Spotify. Encima de eso, llevé el sábado a mi hija de 19 años a ver por primera vez en su vida a Fito en la Belgrano de Santa Fe. Al otro día, nos sentamos a ver las seis horas de la serie, juntos. Por esas tres razones, lo que escribo abajo está, probablemente, viciado de emociones. Pero Fito es naturalmente una máquina de producir emociones y la serie sobre su vida, no podía ser otra cosa.

Entonces, la biopic de Netflix, basada en sus memorias, es precisamente el relato de los primeros años, tan cruentos como fascinantes, de Fito, pero también, la de los que fuimos contemporáneos a su historia.

Esa «superioridad moral» que sentimos muchos antes de ver la serie, presumiendo «que ya sabíamos» lo que nos venían a contar, se demuele casi de manera completa, a medida que la vamos desandando.

La serie está a la altura de Páez, y no sólo hace justicia con su historia musical, sino con su dimensión artística. No sólo para los que no sabían «Que empezó con Baglietto» o los otros que abren los ojos y preguntan «¿Era músico de Charly?», asuntos que no son tan obvios para las nuevas generaciones, sino para los que sabiendo todo aquello, podemos disfrutar de algunos secretos que estaban muy guardados y tienen mucho peso y sentido, en su obra musical.

La serie es un  cuento bien contado:  la descripción de mágico viaje que el artista inicia en el misterioso piano cerrado con llaves en su casa natal, pasando por su ingreso a  la trova rosarina al lado de Baglietto y la mítica banda que integraban, entre otros, Silvina Garré, el Sapo Aguilera y Rubén Goldín; la influencia, la adoración y el desencuentro con su padre, la complicidad y la contención de sus tías, el «shock transformador» del encuentro con Charly Garcia ( y luego con Luis A. Spinetta), la profundidad caótica del amor con Fabiana Cantilo, el crecimiento de su perfil solista, el horror de un crimen tan absurdo como demoledor, el hondo bajo fondo de la furia y la tristeza, el natural resentimiento, su consecuente autodestrucción, la brutalidad del negocio, su resurrección a través de las búsquedas artísticas, de dos discos monumentales como Tercer Mundo y el que le da nombre a esta mitad de su historia personal y artística: El Amor Después del Amor, que coincide con el comienzo de su relación con Cecilia Roth.  ¿Acaso no lo había contado magistralmente y en poco menos de 4 minutos en «Al lado del camino»?

Pero la serie tiene muchos méritos artísticos: un relato en constante flashback, que consigue unir las vidas y las muertes que cruzaron la infancia de Fito, con lo que le fue ocurriendo en sus primeros años en Buenos Aires. ¡La musicalización original! Ninguna de las canciones que pasan durante el desarrollo de la serie tienen como intérprete a los originales músicos: Hay canciones de Charly, de Spinetta y muchas del propio Páez, cantados por los intérpretes: un esfuerzo que adiciona calidad a la obra, que se perfecciona con un elenco que encuentra parecidos físicos con los personajes, que por momentos asombran. El caso más sobresaliente es el de Micaela Riera, tan parecida y convincente, que por momentos se confunde con la propia Fabiana Cantilo.

Las objeciones sobre algunos errores temporales o de interpretación de algunos personajes, resultan insignificantes. La historia está sostenida sobre la densidad de los hechos y la calidad para enhebrarlos, de tal manera que lo metafórico se enlaza a lo real : Hay un par de escenas que nos obliga a preguntarnos si eso efectivamente sucedió así, y ahí es donde queda claro que los directores no nos regalaron nada, que hay un pedazo grande del relato que nos corresponde completar a nosotros.

La serie es rica en sensaciones y en guiños para los que vivimos esos años. No hay descuidos en la representación de época, y la música, provoca melancolía al tiempo que le quita velos a la obra del propio Páez, para quienes lo empiezan a conocer.

Todo lo demás es emoción, y ya sabemos; a todos nos emocionan cosas diferentes, por motivos diversos y por circunstancias personales.

Páez, es al final -como al comienzo- un artista extraordinario, quizás el más extraordinario de la música popular argentina, después de la era Garcia- Spinetta. Una síntesis de ambos, autorizado por ambos, en la que se agregan otras fuentes que lo cruzan de manera constante. En Paez confluyen el Cuchi, Jobim, Piazzolla, Los Beatles, Prince, Pugliese,  Gershiwn ó Elvis Costello.

Sus canciones ya forman parte del cancionero latinoamericano eterno, y su modo de cantar, muchas veces cuestionado por desafinado, inventó un modo nuevo que muchos músicos imitan, del mismo modo que Fito imitó a Charly.

A los sesenta años, verlo a Fito Páez tan entero, tan sensible y preciso arriba de un escenario, es doblemente conmovedor.

Vivimos una era de orfandad cultural muy profunda. No sobran artistas que describan y nos ayuden a sobrevivir en medio de tanta desolación ¿Cómo entonces algunos se atreven a cuestionar a uno de los pocos artistas universales que nos quedan vivos?

Páez es una extraordinaria excepción: No sólo celebra 30 años de un disco que significó tanto para dos o tres generaciones, sino que sigue produciendo discos maravillosos, como sus triada reciente, en la que se destaca el universal «Los años salvajes» y tiene una integridad física y mental que promete darnos aún mucho más.

El Amor después del Amor, la serie, hace honor a Páez claro. Porque Paez, le hizo honor al amor, al amor después de tanto horror y lo hizo arte. Y encima nos sigue alentando a vivir, sin contar el vuelto, y cuidando al otro.

Fito es un pedazo entero de este país, que ya no tiene casi nada entero.

 

 

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