Todos hablan en tu nombre, Miguel.
Pero sólo sos verbo. Contrariamente a lo que dejaste como herencia, todo parece reducido a lo simbólico, a lo discursivo, a lo interpretativo.
Cuesta encontrar, aunque los hay, a quienes hayan entendido que el camino es uno solo: caminar, todo el tiempo, en todos lados, una y otra vez, escuchando, viendo en el lugar, conversando con los que reclaman, preguntando, buscando las salidas que aún no se probaron, trabajando, eso, trabajando, todo el día, todos los días, sin dejar que te distraigan las cosas pequeñas, las miserias chiquitas, las ambiciones chiquitas.
Era tan obvio, y hoy parece imposible.
La política te extraña, porque contra toda lógica, va en camino inverso. Mucho encierro en despachos, mucha reunión cerrada, mucho misterio, demasiados egos, muchos fragmentos chiquitos, despegados de otros fragmentos un poco menos chicos, pero chicos al fin. Y objetivos chiquitos.
El objetivo era gobernar, poner en práctica las ideas, amalgamar los conocimientos técnicos y científicos con el ideario político. Desde el posibilismo, claro, pero sin enterrar los sueños.
El objetivo era hacer, no decir. Hacer, caminos, escuelas, hospitales, centros culturales, desagües, entubamientos, cloacas, extensión de las redes de agua potable y de gas.
El objetivo era que la gente volviera a creer en el Estado, en la política, desde el único lugar posible: la concreción de las promesas, el cumplimiento de la palabra.
El modo era sencillo: vos mirabas a los ojos, hablabas poco, escuchabas, y después decididas.
Y cuando decididas, obsesivamente, perseguías a los responsables para que hagan, para que no se detengan, para que no demoren, para que no se duerman, para que no se rindan.
Eso, en Santa Fe, desapareció. Te reemplazó un gobernador vago. Un ambicioso del cobre, sin ninguna inteligencia práctica, sin ninguna conexión con las necesidades de los otros, sin planes, sin equipos, sin programas. Traicionando todas las promesas que les hizo a sus votantes. Empeorando todo lo que estaba mal, demoliendo todo aquello que funcionaba.
En tu nombre, Miguel. También la infamia, la mentira, la operación berreta, los acuerdos confusos, el tiempo perdido, los desacuerdos inexplicables.
A dos años de tu inexplicable partida, se agiganta la ausencia y se desnudan como nunca, las raquíticas ambiciones de algunos que no fueron capaces de entender:
Era haciendo, no deshaciendo. Era conversando, no enfrentados. Era rompiendo los modos antiguos, no volviendo a ellos.
Ojalá los meses que vienen, acomoden las cosas y los santafesinos tengamos la grandeza de distinguir y encontrarte en algunas de las propuestas.
Ojalá que broten tus semillas esparcidas en todo el territorio, y recuperemos el rumbo perdido.
Anoche, cuando me senté a escribir este texto, los rosarinos estaban en la calle reclamando que los dejen de robar y matar.
Y no les respondía nada. Y nadie ponía la cara.
Tu ausencia, es esa ausencia. La de los dirigentes que se esconden, la de los funcionarios que no cumplen ninguna función y dejan pasar el tiempo, creyendo que todo esto pasará sólo.
Y no. Hay que hacer, lo decías todo el tiempo.
Hay que estar ahí, frente a la gente. Donde está el reclamo.
Haciendo, fallando, pero intentando siempre, buscando soluciones, siempre. Sin esconderse frente a nadie, sin intermediarios, ni protecciones mediáticas.
En tu nombre, Miguel.
Muchos piden, incluso sin saberlo, que vuelvas. Y como eso es imposible, que al menos vuelvan tus maneras de hacer las cosas.
Era hacer, trabajar mucho, todo el tiempo posible, y sintiendo el peso en la espalda de las palabras comprometidas.
En tu nombre, Miguel.