Los que me conocen saben que soy amigo de la libertad. O sea, que con el ejercicio de nuestros derechos, no hay ningún problema. En eso, como alguno de ustedes, soy liberal.
Al igual que ustedes, sufro la realidad del país. Me angustia el futuro de mis hijas y tengo miedo cuando salgo a la calle.
Como la mayoría de ustedes, me encabrono y mucho, cuando aumentan los precios, cuando la AFIP me ahoga con impuestos imposibles o cuando la caterva inútil de los dirigentes sindicales, se enriquecen a costa de protestas o no protestas, ante las innumerables situaciones de injusticias que vivimos a diario.
Igual que ustedes, me harté de los discursos y los relatos. Me subleva la dirigencia política de doble o triple vara. Detesto ver a gente que se enriqueció sin dar ninguna explicación, y que encima tienen el tupé de declararse «perseguidos» y victimas, mientras descansan en palacios que ninguno de nosotros tiene ni tendrá, trabajando.
Tengo las mismas nauseas, la misma impotencia y el mismo dolor que tienen ustedes. He perdido capacidad de ahorro, tengo cada día menos y me cuesta horrores mantener en pie mi pequeña empresita. Le tengo terror a las inspecciones discrecionales de los gobiernos corruptos, a las maniobras desvergonzadas de los gremialistas socios de esos gobiernos corruptos, y me levanto cada mañana con la misma duda: ¿ Podré pagar los sueldos este mes?
En fin. Sufro el pais como ustedes. En algunos casos, mucho más que ustedes. No tengo la suerte de ganar para cambiar el auto, y desde hace seis años que no me puedo dar el lujo de salir del pais, como muchos de ustedes. Y más: desde hace dos años, ni para alquilar 10 dias en Necochea tuve. Y es obvio, que es injusto. Porque, como ustedes, laburo todos los dias.
Sin embargo, creo que hay cosas que no tenemos que olvidar. Y al menos yo no quiero olvidar, antes de que sea tarde.
Nosotros, todos nosotros, no venimos de familias ilustres. No fuimos la consecuencia de las herencias, ni de los privilegios del linaje.
No. Todos nosotros, somos hijos de clase media o baja, cuyos padres laburaron para darnos una oportunidad. Y ahí, contaron con un aliado indispensable: lo público.
Como la mayoría de ustedes, también, me he educado en la escuela pública: 7 años de primaria, 5 de secundaria y casi 8 en la Universidad Pública. O sea, cómo la mayoría de ustedes, soy lo poco que soy, gracias a la existencia de la educación pública. Mis padres podían financiar mis estudios en instituciones privadas, posiblemente, pero fui a la pública. Y allí, los conocí a la mayoría de ustedes.
Cómo ustedes, también, alguna vez, trabajé en el Estado. Ya sea en la propia Universidad o en alguna dependencia. Muchos de ustedes, hoy, cobran salarios- en algunos casos muy importantes – del Estado, tienen situaciones de estabilidad y de crecimiento laboral, que la inmensa mayoría de los argentinos no tenemos.
Ustedes, muchos de ustedes, han visto como sus amigos o sus familiares, se salvaron en plena pandemia gracias a los esfuerzos de la salud pública. Todos fuimos beneficiarios del sacrificio de los médicos y los enfermeros que expusieron su vida, cobrando miserables salarios en relación a la responsabilidad que tuvieron, para salvarnos a nuestros padres, hermanos, primos, vecinos o simples conocidos.
La mayoría de nosotros tuvo acceso a beneficios públicos, aunque sabemos que pudimos recibir muchos más, y no se concretaron por culpa de una clase dirigente incapaz que prefirió sus egos y sus peleas, antes que desarrollar a un país, que todos sabemos, tiene debajo de la tierra una riqueza inconmensurable y sobre ella, un talento y una creatividad poco usual en el resto del mundo.
Entonces… Y aún a costa de todos los males que sufrimos y que no debemos perdonar nunca más: ¿ De verdad van a darle su voto de confianza a un hombre que cree que «la educación no es un derecho» ó que considera que la salud no debe ser sustentada por el Estado?
¿ De verdad creen que «la solución» para este país es ir a un esquema casi salvaje, que aniquile lo público y deje a la población exclusivamente a merced de las «leyes del mercado»?
¿ De verdad creen que los científicos, los médicos, los maestros, los profesores universitarios, los enfermeros, los asistentes escolares, los empleados que limpian sus calles, los que reponen la luz pública ó los policias son «una carga» para nosotros, y no personas indispensables para que podamos vivir en una sociedad «civilizada»?
¿ De verdad están dispuestos a creer que se trata de «quemar el Banco Central», de convertir nuestro patrimonio en «bonos», y dejar nuestra economía, por mal, muy mal administrada, a la suerte de los «mercados internacionales?
Ni Canadá, ni México, ni Brasil, ni ninguno de los paises «importantes» de las Américas salió resignando su moneda y convirtiendose en un apéndice monetario de otro país. Ya no seremos victimas de nuestras propias torpezas, sino que seremos testigos de las decisiones de otros, que no tienen la responsabilidad de administrar nuestras vidas.
Paso de otros asuntos, como el aborto o el compromiso con las organizaciones religiosas.
Pero no dejo de recordarles, que encima, para hacer todo lo que promete hacer, necesita de mayorias especiales en el Congreso que no tendrá nunca. Y que si piensa respetar nuestras leyes, y la voluntad de los votantes, estará impedido de hacerlas.
Pero no para de advertir que llamará a «consultas populares»- que tienen que pasar por el mismo congreso si pretenden ser vinculantes- y proponernos una multiplicación de enfrentamientos, donde lamentablemente perderemos nuestro poco equilibrio social subsistente.
¿ Y si cree que no hay que respetar la ley? ¿ Y si como dice, él se reconoce como «un genio» y se envalentona creyendo que sus genialidades, sumadas al respaldo popular temporario – como todas las legitimidades políticas- le otorgan el derecho de pasar por encima de la ley, el congreso, las cortes y todo lo que nuestra constitución impone?
Es mentira que no podemos estar peor. Es mentira que las cosas no pueden agravarse. Es mentira que somos una mierda de país, y es mentira que «no tenemos salida».
Lo que es cierto, es que demandará trabajo y una nueva dirigencia. Y eso, si, es un asunto nuestro: Hay que purgar democráticamente a los que nos trajeron hasta acá. Hay que exigirles a los «bandos» que nos gobiernan y nos gobernaron, que dejen de perder el tiempo, y si, que dejen de robar también.
Pero tengo la obligación de decirles que eso no será posible con más violencia, con menos ley, con menos derechos. Sin lo público, sin científicos investigando para el país. Sin reglas que estipulen equilibrios, para que los más pobres, muchisimo más pobres que todos nosotros, puedan sobrevivir y tener alguna oportunidad en la vida, en lugar de invitarlos a las fiestas genocidas de soldaditos narcos en los barrios marginales de nuestras ciudades.
Se equivocan si creen que se trata «de salvarse solos». No somos eso, no somos lo que somos, porque no fuimos consecuencia de eso.
Votar a Milei, es un salto muy peligroso al vacio. Es la renuncia a ser un país y convertirnos en una empresa, y en las empresas privadas, ya lo sabemos, todos somos apenas un número. Las ganancias se las llevan los dueños, y los empleados que sobran, se van a la calle.
Es mentira que somos eso que dicen que somos. Tenemos un par de meses para pensarlo. Sin peleas, ni gritos, ni descalificaciones.
No hay alternativas que entusiasmen, lo sé. Pero al final, esto no se trata de entusiasmos, sino de pensarnos como sociedad.
No renunciemos a ser una sociedad democrática, para convertirnos en una simple empresa con un sólo dueño. Porque los «dueños» de las sociedades, se los recuerdo, siempre terminaron en enormes tragedias: Hitler, Mussolini, Stalin, Fidel, Franco, el Chavismo, el sanguinario Clan Ortega en Nicaragua, las dictaduras latinoamericanas y los regímenes del este europeo, también fueron el resultado del cansancio social. Y terminaron teniendo dueños.
No lo hagamos.





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