
La realidad nos encerró. Salvo que vayamos a votar inútilmente a la izquierda, los «progresistas» nos quedamos sin candidaturas que salven nuestras conciencias después de votar. Es polenta o arroz. Nadie puede pedir ravioles. Es Massa o Bullrich. O será Milei.
Desapareció la «contradicción fundamental». La propia política, la enterró a más profundidad que el desgraciado Titán. Y lo que quedan, son voceos inconsistentes que no alcanzan a conmover a nadie.
La malversación de las causas nobles, mientras nos olvidábamos de lo elemental, las convirtió en enemigas de buena parte de «la gente». El abuso de la corrección política, mientras la mitad de la población se hundía en la pobreza, las escuelas dejaban de cumplir sus funciones elementales, los narcos tomaban las calles y a un alto porcentaje de nuestros pibes, nos dejó al desnudo: Nosotros peleando por el lenguaje inclusivo, mientras los pibes ni siquiera aprenden a leer el exclusivo.
Nos pasamos de rosca hablando de las minorías, mientras las mayorías preguntaban quienes se iban a ocupar de ellas. No estaba mal, si nos ocupabamos de ambos.
Entonces… ¿ Cual es el debate profundo?
La democracia está en peligro con Milei, claro. Pero a Milei lo puso ahí la gente, por métodos democráticos. Profundamente democráticos. Incluso por encima de la parafernalia democrática, de spots, carteles y jingles pegadizos.
Ponerse a reclamar sobre ideologías, pararse en el banquito de la superioridad moral y repetir el verso, ese que llamamos relato, no nos deja a salvo de nada.
En octubre, las salidas son Bullrich o Massa. Sino, es Milei. Y no hay lugar para otra cosa. No se trata de buscar boletas alternativas, porque lo único que hacen esas boletas, les guste o no, es favorecer a la primera minoría.
Argentina no sólo sufre la ausencia de liderazgos sanos, sino que los últimos dos liderazgos, insanos ambos, nos han llevado hasta acá. Tanto el Kirchnerismo, como el Macrismo, son responsables fundamentales de esta situación. Por razones más que obvias: desperdiciaron 20 años de la Argentina. No fueron capaces de hacer ninguna reforma profunda que no respondiera a negocios personales o de sus amigos.
Hundieron al país en debates bizantinos. Desenterraron odios que estaban acabados. Unos reivindicando a una generación equivocada, criminal y antidemocrática. Los otros, reinstalando la «teoria de los dos demonios», justificando el horror de la dictadura y banalizando el crimen.
Mientras eso pasaba, con sobreactuaciones patéticas, el velo impedía ver lo que tenían la obligación de ver: el otro, no es enemigo. El otro, el que piensa diferente, el que prefiere ideas opuestas, es parte indispensable de cualquier acuerdo que nos prometa futuro. El otro era la representación de la otra gran minoría. Y había que respetarlos.
Los que vienen a invitarnos, ahora, a elegir entre el «progresismo» de Massa, acusando de «derecha» a Bullrich; o los que se horrorizan con Massa, poniéndolo en el lugar de lo extremo, termina confirmando una sola cosa: No es que no sepamos, es que estamos enfermos de odio común, y somos capaces, si, de ir a votar por Milei en Noviembre, con tal de «no repetir» la experiencia.
¿ Que hubieran hecho dos verdaderos estadistas? Un pacto. Una serie de puntos que garantizaran lo elemental para ser un país:
Hubieran explotado Vaca Muerta hace diez años.
Hubieran hecho el gasoducto antes de que quedarnos sin gasa.
Hubieran hecho un acuerdo que pusiera a la educación pública, en estado de emergencia permanente. Y hubieran establecido la doble escolaridad obligatoria.
Hubieran acordado políticas de financiamiento externo. Mínimos acuerdos de equilibrio fiscal. Eliminando la cada vez más desordenada fiesta de subsidios a los ricos. La inmoral subsistencia de los corruptos en las funciones públicas.
Dejando de defender a quienes se enriquecían visiblemente, en nuestras caras. A los que se amparan en la «persecución», para victimizarse mientras con sus negocios, iban empobreciendo al resto de los argentinos, y endeudando más al país.
Todo, absolutamente todo, en mayor o menor medida, les cabe a Cristina y a Mauricio. Dos lideres de papel picado, que se quemaron dos décadas de este país, con dos o tres generaciones frustradas.
Es imperdonable entonces, que nos vengan a bajar linea sobre lo que debemos o no debemos hacer.
Porque eso, se llama autoridad. Y ninguno de los dos la tiene.
Los argentinos «democráticos y progresistas» tenemos la obligación de revisar nuestras propias acciones. Nuestros «sacramentos».
Los gobiernos que elegimos, para que no gane el otro, hicieron mierda a este pais. Por incapaces, y por tener enfrente a una oposición que agravó y subrayó esas incapacidades.
Si en noviembre hay Ballotage, bien harían los dirigentes de los «partidos tradicionales» en prodigarse un mínimo de respeto, empezando por respetar a la voluntad popular.
Aunque suene doloroso, aunque sea insoportable, lo que viene, de la mano de quien sea, ya tiene manual: Ajuste fiscal, renegociación de la deuda, quita de subsidios, y un achique sustancial del gasto público. Y claro, lo que no hicimos en los últimos veinte años si queremos salir del sótano del pozo en el que nos metieron: Producir, mejorar las condiciones para la producción, exportar, explotar los recursos naturales que nos regaló la Pachamama y hacer las reformas que nos permitan ser competitivos. Y después vemos cómo seguimos.
Es muy tarde para asustar a nadie con el Cuco. El Cuco tiene una intención de votos que va del 30 de piso, a un 50 de techo. Y es el Frankenstein que armamos con los pedazos de odio que fuimos generando entre nosotros.
Y si el Cuco gana, porque puede ganar, habrá que respetarlo también. Y colaborar con él, aunque no nos gusten sus modales, ni sus ideas. Y si pone en riesgo a la democracia, habrá que defenderla.
Pero tenemos que admitir los errores cometidos, y dejar de blandir parches que ya no suenan a nada:
A la democracia la vamos a recuperar, cuando las mayorías sientan que perderla es un problema. Y eso, sólo se recupera con confianza. Y la confianza, es la consecuencia de no haber sentido que el «otro» fue capaz de defraudarlos.
Hoy, no tienen ningún sentido discutir si Bullrich o Massa, porque eso dependerá de las generales de octubre, y para eso falta una eternidad: eso que dura un mes y medio en el país de la inflación diaria.





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