
La clase política argentina- que incluye a la santafesina- demuestra signos inequívocos de extravío y retardo. Una generación que sigue pensando en la tapa de los diarios de papel, aislada de los problemas de la gente común, y encerrada en sus propias construcciones. El escándalo en el senado santafesino, el empleo de métodos mafiosos amparados bajo el paraguas de «combatir al crimen» y el periodismo rentado, que se tapa un ojo. Todos al desnudo.
LA CALLE
Durante toda la semana pasada elegí escuchar conversaciones ajenas. No hay necesidad de intervenir teléfonos, ni desplegar «focus group». Se trata de escuchar con atención las conversaciones que se alcanzan a escuchar con nitidez en un bar de una estación de servicio, en la cola de un cajero, entre las góndolas de un supermercado, sacándole conversación al que te carga nafta, o con algo de privilegio, leyendo los mensajes que me manda la gente a las redes sociales de REC.
Vivimos en una sociedad angustiada por la insuficiencia, por las obligaciones, por los temores reales y los que se multiplican como consecuencia de la sobreinformación desordenada. La gente cada vez confía menos en la política. La reconoce como ajena y responsable principal de sus males. Ya nadie está a salvo de los cuestionamientos. En el televisor de una farmacia se proyecta el acto de Alberto con Cristina. Una mujer humilde no contiene su bronca y lanza en voz alta: «Son todos iguales».
Nadie la cuestiona. Nadie le discute nada.
En la mesa del bar de la Shell sobre Avenida Alem, dos laburantes discuten sobre impuestos y precios descontrolados. «Y estos perdiendo el tiempo con Raferri (sic)», dice uno de ellos.
Con excepción de un pequeño grupo de interesados, todos vinculados a la política por pertenencia o interés, afuera casi nadie presta atención a las discusiones dentro de los palacios santafesinos. Tampoco leen las columnas políticas de los diarios. No tienen tiempo para descifrar los Twitters. Están afuera. No entienden lo que pasa. Tampoco les interesa.
LOS PALACIOS
Durante una semana, los periodistas santafesinos a los que nos interesa la política, nos extasiamos con el escandaloso tratamiento que se le dió a un asunto judicial: Dos fiscales hicieron públicas las sospechas sobre un senador provincial y pidieron que su desafuero. El Senado lo protegió. Las fuerzas policiales que desaparecieron de las ciudades donde asola el crimen y la muerte, se juntan un jueves a la mañana en una casona del Barrio Sur, a metros de la Casa Gris. Un testigo de los hechos me llama para preguntarme: «Che, están haciendo un operativo gigante ¿ Sabés de que se trata?». Le cuento sobre la reunión de los fiscales con los senadores. Intento explicarle, pero mi amigo se desinteresa y dice una frase que guardo como testimonio del divorcio definitivo entre la gente común y «la política»: «Ah, pensé que pasaba algo»
Hay un micromundo egocéntrico, que funciona sobre asuntos de Estado, pero que no impactan sobre el exterior. Le guste o no a los dirigentes de todos los partidos políticos, lo que pasa en los palacios, para la gran mayoría de los argentinos, «no pasa».
En un esfuerzo desmesurado por conseguir una cabeza cortada para mostrar «resultados», un torpe agente de inteligencia toca todos los timbres y hace sonar las alarmas, mientras dice estar espiando. Un ejército de indisimulables periodistas rentados intenta sostener el relato de los buenos y los malos, se asombran como vecinas chusmas de «la corporación del senado» y señalan a los malos como si estuvieran descubriendo la vacuna contra el COVID. Insólito: viven de los subsidios de los senadores desde hace años, defendieron con silencio hace apenas un año a la vicegobernadora que responde directamente al senador señalado, y se escandalizan con la «causa del juego clandestino», mientras se hacen los desentendidos con un decreto del gobernador que otorga ¡por 15 años!, el juego on line a los casinos que operan en Santa Fe, de manera ILEGAL. ¿ No es demasiado obvio todo? ¿ No se nota demasiado?
En los palacios santafesinos, por primera vez en muchos años, abundan las escuchas, circulan los audios privados de periodistas, de políticos, y se advierte sobre la existencia de videos. La vida es un apriete constante. La idea de que «todos tienen un muerto en el placard» funciona como manera de legitimar la persecución, la violación de la intimidad, y sobre todo, la posible invención de causas falsas contra los que molesten.
Defender la ley, violando otras. Combatir al crimen o decir que se lo combate, cometiendo otros crímenes.
De Peiti, Traferri, las evidencias y los supuestos, hablan todos. De Perona, los garitos en Rafaela y la escucha de la primera concejala de esa ciudad pidiendo rebajas a la policía para proteger a los garitos, nadie dice nada.
El mismo crimen, distinto tratamiento. El periodismo selectivo. La doble moral en llamas: Peiti si, Perona no. Traferri si, Calvo no. San Lorenzo si, Rafaela, no.
La brutal indiferencia de la sociedad no es consecuencia de la nada. Nadie puede seguir la lógica de los «buenos y los malos», cuando todo es tan evidente, tan crudo.
LOS EFECTOS
«¿Y ahora?» me pregunta un colega con tono de asombro y miedo. Ahora lo que cabe esperar es más barro, claro. Ahora todo seguirá igual, pero con un argumento más para que la gente siga cuestionando a «la política», sin demasiadas precisiones.
Me pregunto si esto fue adrede . Es posible. Pero no encuentro inteligencia suficiente en medio de tanto caos, para planificar este resultado de impunidades mutuas.
Santa Fe está gobernada por un señor que prescindió del Ministro de Gobierno. Ese cargo está vacante desde hace 40 días. Nadie se quiere hacer cargo del «muerto». El mandatario, anda sonámbulo la mitad del día. Y la otra mitad, furioso. El resto de los ministros, con excepción de dos que hacen lo que quieren sin consultarle nada, no saben nada. Ni del gobernador, ni del gobierno.
La fantasía de que «con la cabeza de Traferri» iban a dar un golpe público, era tan falsa como la idea de que los senadores correrán con un costo irreversible por haber protegido esa misma cabeza. Es tan desolador escuchar a algunos que todavía creen que sacarán ventajas en la imagen pública, con otra cosa que no sea servicio y decisiones para mejorar la vida del ciudadano. Lo demás, no importa. Quien piensa desde esa lógica, desconoce la calle. A «la gente» no le importa lo que pasó. «Pensé que pasaba algo», dijo mi amigo cuando vio el operativo.
Ahora serán tiempos de revanchas en los palacios. Todas ellas ajenas a los verdaderos problemas que tienen las mayorias. Energías paralelas que no convergen, que no se juntan. Que a veces parecen colisionar, pero no . Algo de «costumbre» funciona en la sociedad, algo de adormecimiento. Mejor así.
Hay políticos que siguen preocupados por la tapa del diario del otro día, y no entienden que la información y los impactos sobre la sociedad de hoy pasan por otro lado. No, no son sólo las redes sociales. Son los efectos sobre la vida cotidiana. La ausencia del Estado. La soledad que siente el ciudadano frente a los precios, la muerte y la enfermedad.
Están desnudos. Estamos desnudos, prefiero decir. Todos los que funcionamos o dentro o alrededor de la política, exhibimos la fragilidad de un sistema que se volvió extraño para las mayorías.
Los palacios suelen causar ese efecto sobre sus ocupantes. Para los de afuera, claro. Y mucho más, para los que los ocupan.